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Reconocer la igualdad de derechos de todas las personas ante la Ley es una premisa básica de la democracia. Es en el respeto de los derechos humanos, y la erradicación de cualquier tipo de discriminación que se basa también la cultura de la paz, de la convivencia social.

Por eso estoy convencida de que la iniciativa que presentó el presidente Enrique Peña Nieto el 17 de mayo es un gran paso en el camino del respeto a las personas, en el tema de los matrimonios civiles igualitarios.

Hablamos de derechos cuando se plantea reconocer a nivel constitucional la libertad de todos los mexicanos para realizar sus sueños y alcanzar sus metas, sin importar dónde ni cómo hayan nacido, sin importar su ideología o condición socioeconómica, siendo su esfuerzo trabajo y dedicación lo más importante.

Hay entidades federativas que ya reconocen el matrimonio civil igualitario, pero también es cierto que algunos sectores de la población mantienen la idea de que es “un acto antinatural y que va contra las buenas costumbres”.

Vivimos en una democracia y todos tenemos derecho a pensar como queramos. Pero todos somos iguales ante la ley. Nuestras libertades, incluyendo la de pensamiento, se fundamentan en esa igualdad ante la ley.

Por eso hay que partir de lo básico: si inculcamos en nuestros hijos pensamientos discriminatorios, estaremos sembrando en ellos la semilla de la violencia, una violencia que no conduce a nada bueno, como pudo verse hace unas semanas en Veracruz y en Orlando, Estados Unidos.

En dos trágicos sucesos, diferentes en tiempo y en ubicación, pero con el común denominador del odio y la intolerancia, personas indefensas fueron atacadas con un saldo de 4 y 49 muertos, respectivamente, así como docenas de heridos.

A esos extremos llega la intolerancia cuando se convierte en una regla de vida. Ese es el tipo de situaciones que debemos evitar a toda costa.

En mis recorridos por la República, también me he enterado de numerosos casos en los que el o los padres de familia, al rechazar a una hija o un hijo por su preferencia, llegan al grado de correrlos de casa. Así es que falta mucho por hacer para que en México todos tengamos los mismos derechos y los vivamos plenamente.
Por eso, insisto, podemos hacer nuestra parte y empezar en casa: educar a nuestros hijos en la no discriminación, en la tolerancia y en la convivencia armónica como la base para que nuestras sociedades sean pacíficas y desarrolladas.

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