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EN MEMORIA DEL ARTISTA, DEL SER HUMANO Y DEL AMIGO.

 

Como contadas veces, México se impactó con la noticia de la muerte del gran artista que fue Juan Gabriel, del gran ser humano que fue Alberto Aguilera Valadez.

 

Uno y otro, que son el mismo, trascendieron nuestra época, lo que les coloca en la leyenda y un lugar de honor en la memoria del pueblo.

 

En lo personal, como mexicana siento la pérdida de una de las más grandes figuras de la música popular contemporánea, de lo que dan fe los 100 millones de álbumes que vendió y las más de mil 800 canciones que compuso y que han sido grabadas en varios idiomas por más de mil 500 artistas de todo el mundo.

 

Juan Gabriel dejó establecido el renombre que alcanzó como compositor y cantante al pararse en infinidad de escenarios. En nuestro país prácticamente no hubo lugar en donde no haya actuado, destacándose las tres ocasiones que se presentó en el Palacio de Bellas Artes cuando, dicho sea de paso, rompió esquemas sociales.

 

Pero su figura es mucho más porque en sus composiciones plasmó todo el sentimiento de los mexicanos, de la manera en que quisiéramos expresarlo, dando voz a millones de personas que se las apropiaron de inmediato. ¿Qué mexicano no conoce o no ha cantado sus canciones?

 

Pero Alberto Aguilera Valadez también trascenderá su tiempo porque fue un ser generoso que prodigó ampliamente su amor. Sus acciones seguramente no llegarán a las estadísticas, porque muchas fueron realizadas desde el más humilde anonimato, pero serán recordadas por el gran número de personas a las que ayudó nada más por hacerlo.Ese es el rasgo de él que guardo en mi corazón.

 

Lo conocí en 2010, siendo gobernadora de Yucatán. Ese año actuó en un masivo concierto para los yucatecos en el emblemático Paseo de Montejo, y en otra presentación en el Centro de Convenciones Siglo XXI de Mérida, siendo lo recaudado en esta última para apoyar a los niños del Centro  de Atención Integral al Menor en Desamparo (Caimede).

 

Posteriormente visitó a los menores y convivió con ellos con su característica camaradería, tal cual era dentro y fuera del escenario porque era el mismo, un maravilloso ser humano.

 

Páginas y páginas podrían escribirse para destacar sus acciones nobles, tanto como su genio artístico y su condición de ídolo del pueblo, pero quiero dedicar estas líneas para expresar mi sentimiento por quien tuve la fortuna de conocer y saber de su sentido del humor, su inteligencia, su amor fraternal y desinteresado, su amistad que generosamente me obsequió.

 

Escribo, en suma, en reconocimiento al artista, al ser humano y al amigo que hoy descansa y vive en el corazón de su México querido.

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