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La lección de Colombia
Martha Chapa
Cuando hay una propuesta para hacer la paz tras una larga y cruenta guerra, uno pensaría que la opinión a favor sería unánime. Sin embargo, no ha sido así en la consulta realizada en Colombia hace unos días.
Si bien el presidente Juan Manuel Santos y los líderes de la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) llegaron a un acuerdo dificultoso y complicado –pero a la vez deseable y plausible para ambas partes–, el plebiscito que se celebró el fin de semana pasado reveló una polarización en la sociedad colombiana, pues la votación estuvo muy cerrada. Contra lo esperado, se impuso el no con un 50.2% de los votos emitidos, contra 49.7% de sufragios por el sí.
El resultado, aunque sorpresivo, es explicable, pues a lo largo de cinco décadas de guerra se perdieron miles de vidas, decenas sufrieron las angustias de los secuestros –algunos extremadamente prolongados– y el pago de los rescates que dejó en ocasiones a miles de familias en la quiebra. En varios periodos de ese más de medio siglo, la sociedad colombiana vivió presa de la inseguridad pública y el miedo. No hay que olvidar la abundante migración rural hacia las ciudades en busca de tranquilidad y empleo, lo cual incidió en los grandes problemas que de por sí tiene esa nación. Entre esos lastres al avance de ese país sudamericano destaca el narcotráfico, al que, se dice, se vincularon las FARC para financiar su movimiento. La estadística es aterradora: 52 años de guerra, 250 000 muertos y siete millones de desplazados.
Por encima de tan entendibles reacciones de quienes no olvidan esas afrentas, crímenes y latrocinios de la guerrilla colombiana, y que se negaron a dar el sí a la impunidad, debemos reconocer el compromiso por la paz que existe en Colombia y que quizá con la aprobación del acuerdo habría abierto un destino diferente y más promisorio para esa nación.
Lo que acabamos de presenciar, desde mi punto de vista, no es una negativa a la paz sino un llamado a que se revisen y modifiquen los acuerdos logrados hasta ahora. Queda implícito, me parece, un mensaje a favor de la paz pero no a cualquier costo o precio.
En la historia contemporánea del mundo se han registrado venturosamente diversos casos de reconciliación por encima de guerras feroces y sangrientas, peores incluso que las que hemos visto en ese país latinoamericano. Ya no digamos la devastadora Segunda Guerra Mundial, sino también la guerra civil española o la guerra de Vietnam, entre otras, que concluyeron en pactos de pacificación, desarme y perdón.
Colombia tendrá, entonces, que transitar por un proceso de reconciliación progresiva y de renovados compromisos para cumplir con lo que se prometieron en principio ambas partes, gobierno y guerrilla. Sólo así será posible que la sociedad en su conjunto apuntale un cambio que exige tolerancia, paciencia, voluntad y perseverancia.
En todo caso, el acuerdo de paz, al margen del resultado del plebiscito, debe considerarse un gran acontecimiento en nuestro continente. Más lo será de corroborarse la paz en el futuro próximo, como lo deseamos, pues es el mejor camino que tiene la humanidad, de la mano de la justicia y la prosperidad común.
Más allá de cualquier movimiento guerrillero, posiciones políticas e ideologías, sean de izquierda o derecha, queda claro que la sociedad civil no olvida ni pasa por alto el crimen o el robo, como tampoco se traga el señuelo del cambio violento por las armas, en la supuesta o real búsqueda de la equidad y libertad sociales. Hoy exige sobre todo democracia, participación política y respeto a los derechos humanos.
El anuncio este viernes de que se otorga el Premio Nobel de la Paz al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por sus esfuerzos para poner fin a la guerra en su país, seguramente contribuirá a seguir construyendo una verdadera paz para esa nación, que bien lo merece luego de más de medio siglo de violencia. Confiamos en que así sea.

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