1968: ¡Presente!
Martha Chapa
Muy joven, recién llegada de Nueva York donde viví un par de años, tuve casi enseguida una experiencia impactante: el 68.
Tampoco había atestiguado antes un acontecimiento de esa dimensión pues mi infancia y adolescencia transcurrieron en Monterrey, mi tierra natal, relativamente tranquilo por esos años.
Presencié y simpatice con el movimiento estudiantil aunque no participe tan directamente y menos aún en su direccionalidad, así como se fueron enlazando los hechos, desde el pleito en la vocacional ubicada en la ciudadela hasta el estremecedor 2 de octubre en Tlatelolco.
Vienen esos recuerdos cada año en ocasión del aniversario de esa fecha luctuosa, si bien a partir de ahí se empezaron a abrir las compuertas de la democracia, las libertades individuales, que permanecían casi canceladas por el autoritarismo desdeñoso del régimen presidencialista que prevalecía.
Pero ahora, mi evocación fue más honda, al saber del deceso de un personaje como lo fue Luis González de Alba, un gran líder y personaje de la cultura.
Tiempo después llegaría a mis manos un libro de su autoría que considero imprescindible para entender más y mejor ese pasado y el presente mismo de nuestro país.
“Los días y los años”, resultó entonces para mi una revelación y comprendí con mucha mayor profundidad y precisión el desarrollo, causas y consecuencias del 68.
Al leerlo sentí que vivía y me convertía en un activista, lo mismo en las acaloradas asambleas para tomar decisiones y definir estrategias que el volanteo, las pintas, los informes relámpagos al público en las unidades del transporte público o la presencia testimonial en mítines, sin dejar de dar seguimiento a los medios y su parcial comportamiento en general de aquellos días, tan lejanos ya de la apertura significativa de que hoy ejercemos y disfrutamos. Una crónica pues magistral, de quien considero fue congruente y ético en tanto que decir su verdad o verdades lo caracterizó siempre.
Nuestro personaje, González de Alba, continuó su camino muy ameritadamente y siempre versátil, lúcido y crítico, tanto en la literatura, el periodismo, la academia como muchas otras tareas que en todo caso lo enaltecen, ya divulgando la ciencia o en la cruzada valiente y decisiva de los derechos humanos, en especial a favor de los homosexuales.
A fin de cuentas, se impuso y autoimpuso hasta el último momento de su vida esa fecha crucial del 2 de octubre del calendario de la historia mexicana, a la que de paso desmitificó e imprimió una visión honesta y veraz.
Queda su obra, diversa, crítica y reveladora, y bien harían las nuevas generaciones, para empezar, decidirse a leer un libro que conlleva vigencia: “Los días y los años”.
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