“¡Niño, tápate los ojos!” tercera parte.
Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
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En todas las épocas hay extremos en formas de pensar, no se puede catalogar un periodo como puritano al 100% o libertino al 100% por ciento, en cualquier sociedad puritana hay chamucos de pastorela y en cualquier sociedad libertina hay personas a las que la virgen les habla. Eh ahí lo bonito de la diversidad. Sigamos pues por este mesurado caminito final por el erotismo en la pintura y la escultura, sentémonos pues a mirar un cuadro, a mirar una escultura y si algo aprendemos… sentémonos a mirar nuestra vida.
Pues bien, hablando de los que son tocados por la virgen, llega el Bosco y su Jardín de las delicias. No diré mucho, aun y cuando hay mucho que decir y al mismo tiempo nada, y cuando digo “nada” aclaro antes que les dé un síncope, El jardín de las delicias es uno de los cuadros más complicados de la historia, y si los estudiosos del mismo tienen tantas interrogantes imagínese usted a esta humilde mortal. Yo solamente comentaré el carácter moralista de esta pintura que curiosamente, y a pesar de su carácter religioso y ser un tríptico, no fue pintado para una iglesia. El Bosco era un hombre religioso de cuya vida no se sabe mucho, sin embargo es conocido que pintaba para gente de elite y de una cultura muy ortodoxa. El Bosco utiliza pues este formato de tríptico en un contexto religioso. En la parte central suceden las cosas más locas acompañadas de la lujuria, el deseo carnal. En los cuadros de la época, Renacimiento, es fácil encontrar hacia dónde dirigir la mirada, el Bosco a pesar de ser contemporáneo de estos artistas renacentistas no sigue una jerarquía como ello, sin embargo, y es justo aquí a donde quería llegar, en esta parte central hay una piscina solo con mujeres, rubias en su mayoría, de cabello largo, desnudas muy al estilo de venus, diosa que representa el amor y el deseo, rodeadas adivine por quien… ¡exacto! Solo hombres jóvenes montados en animales, claro, pecadores y lujuriosos que hacen caso al instinto y no a la razón. ¡Qué feo!... ¿Qué feo?
Bueno antes de que se termine la hoja y con ella el erotismo, solo en estos tres artículos de la Mada, paso a un cuadro encantador de Rembrandt, El lecho a la francesa (Ledikant), ¿ha oído usted hablar del beso francés? Pues bien, en este grabado aparecen una pareja vestida sobre una cama, muy al estilo de las películas de ficheras mexicanas donde el “acto carnal” era realizado con ropa íntima, pero que dejaban todo a la imaginación revolucionada de sus espectadores. Pues algo así le pasó a Rembrandt quien se arrepintió de haber realizado tal obscenidad, al grado de pretender acortar el grabado para eliminar su firma. En este grabado, los amantes no aparecen desnudos como en los grabados eróticos de su época (aquellos de Marcantonio Raimondi y Agostino Carracci bastante subidos de tono por cierto) lo que la hace más real al exponer una escena contemporánea… una escena real, donde por medio del juego de luz y sombra que Rembrandt manejaba magistralmente, realza la intimidad de la pareja, la exhibe y hace que el espectador dirija y fije, su mirada en ellos. Si la observa el grabado ponga atención en los brazos de la mujer…encontrará más de dos.
Acercándonos más a nuestra época hablemos de Gustave Klimt y su Danaé. Klimt, uno de mis pintores favoritos, se lo digo por si tenía el pendiente, nos muestra a una Dánae al momento de ser seducida por Zeus en forma de lluvia de oro y engendrar a Perseo. Sin la perspectiva tradicional, Dánae flota sin ninguna referencia espacial, la sensualidad y el erotismo se vibran en esta pintura de delicadas líneas sinuosas, bello contraste entre la pelirroja cabellera de la joven, su piel dorada, lo oscuro de las telas que la rodean y Zeus, transformado en lluvia dorada, cayendo sobre su ser, preñándola. La hermosa expresión de éxtasis la hacen parecer más bella al mismo tiempo que serena.
Terminaré con un beso, pero no el de Klimt, ese beso me parece más a fuerzas que con ganas. Terminaré con un beso, uno que cada vez que lo veo me hace creer en el amor, en el amor al menos mientras dura un beso. Me refiero al Beso de Rodan. Imposible verlo sin formar parte de él, el mármol de esta maravillosa escultura se derrite ante la tibieza de la piel de un par de enamorados abrazados y perdidos, fundidos en uno mismo. Giras alrededor de ella y en cada ángulo aprecias y sientes lo mismo: esa pasión que te nubla la razón, esa que conserva despierto al instinto, esa pasión que no permite que te hagas esa pregunta que nos congela y paraliza a muchos: “¿me amas?”. El beso de Rodan es el beso que todos queremos probar al menos por una vez en nuestra vida, pero sobre todo queremos que venga de una boca que lata y se amolde a la nuestra y ser uno, al menos mientras los labios estén juntos, ya después… se verá.
Gracias por su paciencia en estos tres eróticos articulines y le aconsejo hacer de la sensualidad su modus vivendi. Exalte sus sentidos, duerma, coma, trabaje, sueñe sensualmente, haga que sus sentidos exploten, le ayudará a sentirse vivo… y a vivir.
Fin chenchualón de la tercera y última parte.