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LA ESCALERA DE CARACOL segunda parte
Por  La Mada (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com
En una ocasión,  estando Aurora de visita en la hacienda,  llegó por esos lares un hombre, un escritor. Ante los ojos de todos no era más que un simple bohemio, de esos sin oficio ni beneficio, de esos que nunca sientan cabeza, de esos que solo ven por ellos, de esos que saben decir en cuatro palabras lo que a otros tomaría toda una vida demostrar, de esos que conocen otros lugares, otras personas, de esos que con una mirada desnudan la mente más perversa, de esos que siempre ríen aunque por dentro  lloren, de esos a los que les da miedo enamorarse y  sin embargo, enamoran.
Aurora presintió su llegada, sintió su presencia sin siquiera  verlo, sin siquiera haber oído hablar de él, simplemente  olía sus pasos y de repente… dejó de llorar. No sabía porque, pero dejó de llorar. Un día, en el portal arcado de la casa, lo conoció y reconoció, él quedó prendado pero solo por su belleza, él nunca se dio cuenta que esta muchacha tenía vidas esperando encontrarlo.  Bohemio, Felipe era su nombre  y  egoísta como era, solo dio gracias al cielo por la  fortuna de haberse topado con ella.
Pasaban horas enteras platicando, riendo, callados contemplándose. Ella veía  su vida pasar en la mirada lejana de él, él veía solo pasar el tiempo en la mirada  desorbitada de ella. A veces, él la abrazaba…
Un día la casa grande celebró una fiesta, una fiesta a la que el escritor no estaba invitado, sin embargo astuto como era entró sin que nadie se diera cuenta, no hubo necesidad de esconderse, en realidad nadie captó la presencia de él ni de la Aurora. Comieron y bebieron en la fiesta, como dos fantasmas, una nube los volvió invisibles. Se besaban y reían juntos en medio de toda la gente. En un momento sus almas comenzaron a platicar y se dejaron llevar por ellas. Comenzaron a subir las escaleras hacia el segundo piso, las delicadas  manos de Aurora rozaban la madera que remata el barandal de hierro forjado sintiendo que sus pies flotaban sobre los escalones de cantera. Los frescos y la tapicería francesa en los muros eran los únicos testigos de este ascenso al paraíso. El no soltaba su mano,  ella se aferraba a él, y así, llegaron a la bella escalera de caracol que conducía  al torreón. Ahí en la soledad y el silencio Aurora se vio  en el reflejo de los cristales, se vio  como nunca se había visto, se sintió plena, sobre todo libre, sonrió, se dejó amar y se enamoró de sí misma.
La Revolución  crecía y avanzaba a territorio  zacatecano. El escritor debía dejar el país, no podía permanecer por más tiempo. Lo perseguían por sus ideas y dado el estado de enamoramiento obsesivo de Aurora nunca tuvo mejor pretexto para salir huyendo. Aurora lo supo  desde el primer momento, la aurora, su cómplice, se lo informó. Sus breves instantes de plenitud se habían terminado y  el recuerdo de ese hombre hizo que por momentos perdiera la cordura, corrió por toda la casa, toco y abrió todas y cada una de  las puertas de la casona, aun y cuando sabía que no encontraría nada. Subió por última vez la escalera de caracol, se tumbó a los rayos del Sol y se negó a respirar. Lo logró.

Yo veía a la mujer que no dejaba de ver hacia el horizonte, le dije que era una historia triste e injusta, ella se volvió y por primera vez vi su rostro y con su sonrisa amplia con  los pocos dientes que le quedaban, me miró sarcásticamente y me dijo: No, la señorita fue encontrada por su padre desmayada, ella nunca contó el motivo, días después se embarcaron rumbo a Europa y regresaron pasados los años turbulentos de la Revolución. Ella formó parte del grupo de mujeres de vanguardia de los años 20. El nombre real de Aurora, no me lo quiso decir.
No he vuelto a la Casa Grande, me gustaría ver como luce ahora que ha vuelto a ser una “dama” habitada y  con la vida que le dan sus nuevos huéspedes. Me gustaría regresar, me  pregunto si me encontraría nuevamente a esa mujer de la larga trenza y sonrisa sarcástica sin casi dientes, esperándome en la parte más alta del torreón lista para contarme otra historia de la Casa Grande de Tacoaleche.

Pues bien, es  momento de iniciar el año, dejar de comer con singular alegría y pese a los pronósticos económicos nada alentadores seamos positivos, no permitamos que también nos roben nuestro gusto por la vida. Por cierto en una cadena de mini-súper venden unos celulares en menos de $300.00… digo, se me ocurrió hacer el comentario.
Fin de la segunda y última parte.

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