De Rubí y algo más
Martha Chapa
Ya contamos en México con dos celebridades llamadas Rubí. Ambas se han dado a conocer a través de los medios de comunicación en distintas épocas.
La primera no es precisamente una mujer de carne y hueso sino un personaje que se popularizó hace casi cinco décadas a través de una famosa telenovela que llevaba su nombre. Era aquélla una fémina de inusual belleza –protagonizada por la hermosa Fanny Cano–, que encarnaba el mal y la perfidia. Fue tal el efecto que provocó en el público, que llegó a convertirse en la villana favorita de la época. Sin duda, uno de los personajes más exitosos nacidos de la inventiva de la muy reconocida escritora de historietas Yolanda Vargas Dulché. El relato, que nació como fotonovela y brincó a la pantalla chica en aquellos lejanos años sesenta, después fue a dar al cine y hace no mucho se recicló nuevamente en forma de telenovela.
Pues bien, en nuestros días ha saltado a la palestra otra Rubí: una quinceañera de imagen candorosa y fresca, quien sin desearlo ni esperarlo arribó a la fama después de que su padre convocara a través de la redes sociales a todo aquel que quisiera asistir a la fiesta que estaba organizando para celebrar tan importante aniversario de su niña.
La invitación al festejo de esta quinceañera –que, ingenuamente, se hizo de manera abierta, sin restricciones– generó una inaudita movilización en la redes sociales y en los medios de comunicación, tanto electrónicos como impresos.
Cuando conocí este curioso fenómeno de nuestros tiempos me pregunté por qué se activó esta abrumadora demanda informativa y comunicacional. Y no dudé en responder que su origen es de carácter multifactorial.
En efecto, no puede considerarse que una sola causa haya motivado esa reacción masiva. Difícil comprender que una simple invitación proveniente de una modesta familia del medio semiurbano en La Joya, una pequeña comunidad de San Luis Potosí, haya motivado la respuesta de más de un millón de personas que aseguraban que asistirían a esa invitación abierta por parte de don Rubén Ibarra, el padre de Rubí.
Pienso que influyó, desde luego, una especie de ensoñación por los relatos melodramáticos, la cual se extiende hasta nuestros días, como si se tratara de los emocionados súbditos de un reino en la ceremonia de una princesa. También, sin duda, hubo un contagio creciente en lo que llamamos la psicología de las masas, que va penetrando y ganando adeptos gradualmente. Claro, ya se sabe, hay también quienes simplemente no desperdician una invitación a comer y a bailar gratis, sobre todo si pensamos en los pueblos aledaños a Laguna Seca, lugar donde se festejaría tan magno acontecimiento. No descarto tampoco que dada la imposibilidad para muchos de vacacionar en sitios turísticos muy onerosos, no faltó quien decidiera acudir a ese aislado paraje potosino para correr la aventura, como cuando los jóvenes de mi generación íbamos al mar y pernoctábamos en la playa para ahorrarnos el hotel. Algo similar ocurrió en este caso con quienes se quedaron en tiendas de campaña y colchonetas o dormitaron dentro de sus propios vehículos. Quizá hubo en algunos casos algo semejante al hecho de tener un excedente en el tiempo libre para aplicarlo de cualquier manera, así fuera dilapidándolo.
No faltó, por supuesto, el oportunismo político de siempre, que hizo que un gobernador asistiera para darle un abrazo a la quinceañera y hacerse presente en un acto popular a fin de tratar de ampliar su popularidad o sembrar desde ahora votos para la siguiente elección. Y qué decir sobre ese presidente municipal de otro estado –que ni siquiera es colindante con San Luis Potosí–, quien se describe a sí mismo como un político que ha robado “pero poquito”, y hasta un auto le obsequió a Rubí, el cual de seguro compró con “un poquito de nuestros impuestos”… o de los impuestos de los nayaritas. Todo esto, con su consecuente –y abundante– dosis de distracción social.
En fin, que los 15 años de Rubí Ibarra, como casi todo acto masivo y gozoso, no estuvieron exentos de un toque de tragedia, pues lamentablemente murió una persona en una carrera de caballos realizada en honor de la festejada, lo cual imprimió un dato de nota roja para sumarlo al registro de la memoria colectiva.
No soy psicóloga ni socióloga pero creo que los 15 años de Rubí se armaron, conscientemente o no, como si se preparara una ensalada, con todos estos ingredientes y algunos más, con el sazón propio que sus padres y ella misma le fueron agregando a través de sus comentarios antes, durante y después del festejo.
Habrá que ver qué sigue, no sólo en cuanto a otros sucesos que en ese mismo sentido se puedan registrar a lo largo del 2017, sino también en la propia historia de Rubí, la de San Luis Potosí, y sus aspiraciones futuras o las de su padre, a quien, dicen, ya empezó a gustarle la política… ¡Ufff!
En todo caso, entre las heroínas colectivas tenemos ya dos de nombre Rubí, que son, creo, las dos caras de un mismo cuento: la mala y la buena, la villana y le heroína, la de un historia macabra y la que nace, al parecer, con el tufillo de un cuento de hadas en el que ni los niños creen.
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