Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas
Sobre la violencia: apuntes iniciales.
El mal es tan contagioso como el bien.
Pasquale Villari
Historiador Italiano
A lo largo de los siglos se ha producido una fuerte polémica sobre el origen del comportamiento agresivo del ser humano, de forma que desde la religión, la filosofía, la psicología, la sociología, la antropología, la etología, la biología o hasta la neurología, se ha intentado dar una explicación al fenómeno de la violencia.
¿Es el ser humano el buen salvaje de Jean Jacques Rousseau, cuya agresividad es el resultado de una sociedad represiva? ¿O es la más cruel y despiadada de las especies, un lobo para el hombre, como dijo Thomas Hobbes? ¿Será que la semilla del mal anida en nuestros genes o en la bioquímica de nuestra corteza cerebral como señalan la biología y neurología actuales? ¿O será la agresividad, como propuso Sigmund Freud, un instinto que no puede ser controlado por la razón, aunque susceptible de sublimación y canalización?
¿O será más bien un instinto que forma parte de la lucha por la supervivencia y que desempeña un papel crucial en la evolución de nuestra especie, de conformidad con el discurso del naturalista austríaco Konrad Lorenz? ¿O será, como decía el psicoanalista inglés John Bolwby, un impulso que se refuerza a través de una historia de frustraciones y necesidades insatisfechas de forma temprana? ¿O será quizás, una reacción inmediata ante la frustración, como los estudios experimentales sobre la ansiedad y el conflicto de la Escuela de Yale? ¿O tal vez reaccionamos con agresividad tan solo cuando, además de frustrados e iracundos, estamos rodeados de estímulos agresivos, como defiende el psicólogo norteamericano Leonard Berkowitz?
¿Y no será la agresividad, como dice Frederic Skinner, una conducta aprendida gracias a los refuerzos o consecuencias que se derivan de ella: el éxito social o la eliminación de estímulos o situaciones desagradables?
¿ O será, como propone Albert Bandura, el fruto de un proceso de aprendizaje social por imitación de modelos? ¿O no será que la agresividad, como defiende Russell Geen, no depende tan sólo de variables de trasfondo y situación, que desde luego predisponen e instigan a ella, sino que el ser humano puede interpretar y evaluar las situaciones y actuar de forma no violenta cuando juzga que hay otras alternativas para solucionar los conflictos y problemas?
¿O acaso no será que es nuestra propia cultura la que propicia la violencia y la agresividad a través de unas estructuras sociales que oprimen a las personas y que frustran sus fuerzas vitales, como ha defendido Eric Fromm? ¿No deberíamos, en consecuencia, llegar a la conclusión de que existe una violencia estructural que impregna los sistemas y las instituciones sociales –como la familia y la escuela-, siendo éstas las responsables del estallido de la violencia directa o personal? ¿No será entonces, que la violencia es una construcción social y, por lo tanto, evitable?
Las normas sociales, fundamentalmente a través de la educación, , permiten canalizar las pulsiones agresivas, transformándolas en conductas aceptables y socialmente útiles. De esta forma, la sociedad ayuda a sublimar la agresividad, que puede expresarse de forma no destructiva a través de otras manifestaciones, como la ironía, la fantasía, el humor, los juegos de competición, la competencia profesional, el compromiso con un ideal o la lucha por la transformación social.
En resumen, la violencia –en cualquiera de sus manifestaciones- como toda construcción social, puede evitarse; pero también, como todo hecho cultural, su prevención puede aprenderse, tanto en la familia como en la escuela y, por supuesto, como aprendizaje en la vida social.