Ivonne Ortega
Necesario confrontar el nuevo modelo educativo con la realidad del país.
Sin duda, cambiar la educación en México es una tarea prioritaria. Tampoco hay duda de que el modelo educativo expuesto recientemente por el gobierno federal tiene muchos beneficios, pero es necesario confrontarlo con la realidad de nuestro país.
Porque en México, debido a la gran desigualdad económica que existe, hay que atender primero los aspectos de esa pobreza que terminarían por obstruir cualquier nueva vía que quiera tomarse.
Basta con volver la vista al momento en que se quiso comenzar por el tema laboral: surgieron manifestaciones, plantones y marchas por todo el país, asunto que está pendiente, por cierto.
Es verdad que la preparación de los profesores, la puesta en práctica de nuevas técnicas de enseñanza y de la tecnología para implementaras, nuevos libros de texto, clases de inglés y cambios a los planes de estudio son algo bueno para los niños.
Pero no podría beneficiarse a los alumnos en esos temas cuando hay escuelas con dolencias tan grandes como la falta de paredes y techos, o cuando existen diferentes formas de funcionar, a pesar de que las escuelas debieran estar homologadas con base en los planes y programas de la SEP.
Es claro que los niños que intentan aprender en “salones” con pisos de tierra, con techos de lámina, sin puertas, sin baños, sin los materiales necesarios y, a veces, hasta sin maestros, no piensan en cómo aprenden y menos aún en el nuevo modelo educativo. Su primera preocupación cada día tiene que ver con la posibilidad de comer.
Las políticas sociales de los gobiernos (que en lo esencial no han cambiado desde hace décadas los planes, proyectos y modelos) chocan de frente con la realidad que viven todos los días millones de niños y adolescentes.
Hablar de educación es hablar de condiciones en las que se imparte y se recibe esa educación: hablar de modelo educativo es hablar de las circunstancias en que ese modelo se desarrollará; hablar de desarrollo es hablar de igualdad de oportunidades.
El piso parejo debe darse en las necesidades básicas: debe empezar por hacer posible que haya comida en la mesa y dinero en los bolsillos. Pero también debe extenderse a un sistema educativo que no discrimine porque hoy envía un solo maestro a las comunidades indígenas y, a veces, un asesor para todos los grados escolares.
Las políticas sociales deben coincidir en dar a los mexicanos, sobre todo a los más vulnerables, el piso parejo que tanto requiere este país para que todos partamos de las mismas condiciones para desarrollarnos. De otra forma, ni el mejor modelo podrá mejorar la educación.
Está bien plantear un nuevo modelo educativo si se corresponde con las vocaciones productivas del país y de sus regiones. Es lo correcto que este planteamiento va ya acompañado por todas las políticas sociales del gobierno para asegurar la educación tanto para el hijo del obrero como del campesino, del burócrata, del profesionista, del comerciante o del empresario.
Si no dispersamos esas políticas y concentramos el gasto público, lo lograremos. Si combatimos la desigualdad e invertimos de mejor forma los recursos para la educación, tendremos un país en el que nuestro esfuerzo, talento y dedicación será lo que marque nuestro destino en la vida y no dónde ni cómo nos tocó nacer.