¿SE PREPARA OTRO COLOSIAZO?
Ricardo Monreal Ávila
Ricardo Monreal Ávila
Las narcomantas son el signo ominoso de nuestro sistema de seguridad y procuración de justicia.
Las primeras narcomantas surgieron hace una década al fragor de la guerra contra las drogas promovida por el gobierno del señor Felipe Calderón, quien de manera irresponsable le pegó con un bat de beisbol al avispero de la delincuencia y salieron avispas africanas, de las cuales no hemos podido aún librarnos.
Con una pésima ortografía, sintaxis y gramática, las narcomantas se convirtieron en el portal, muro o pizarrón que pretendía explicar y justificar la ejecución o levantón de un presunto enemigo, adversario u opositor.
Del asombro y terror en la opinión pública, lentamente pasamos al costumbrismo y justificación de la violencia cruel e inhumana que la narcomanta exhibe.
Además de extraño epitafio en la vía pública, las narcomantas se convirtieron también en el medio propiciatorio para que la autoridad investigadora dejara de investigar e indagar las causas de esas muertes violentas. Eran como la sentencia definitiva de un tribunal mediático frente al cual no había posibilidad de amparo: pobres cuates, murieron porque andaban mal, estaban metidos y por eso terminaron así, la manta lo explica todo.
De mensajera propiciatoria, la narcomanta se convirtió en depositaria de la verdad judicial. ¿Para que investigar? La manta terminó suplantando a la carpeta de investigación ministerial: allí quedaban plasmados los motivos, el dictamen y la sentencia ejecutoria. “Por pasarse de lanza”; “Esto les pasa a los que no tienen madre”; “Güeyes: aquí manda el Tlacuache”; “Así acaban los pollos que no respetan al Gallo Giro”; “Pinches morritos, nunca aprendieron a ser derechos”; y así por el estilo.
Las mantas también daban pistas de las siguientes ejecuciones, ante la pasividad omnímoda de la autoridad preventiva: “Sigues tú, Pelochas”; “Vamos por Lucatero y su gente”; “Hasta aquí llegaron pinches zetas”; y así sucesivamente.
Las mantas amenazadoras de muerte que el pasado fin de semana aparecieron contra AMLO en cuatro municipios del Estado de México, pretenden inscribirse en esta tradición de las mantas que anuncian violencia impune, sin castigo y sin rubor.
Sin embargo, son más un montaje que una amenaza real, por lo que se refiere a la autoría (“Familia Unida”). Pero tampoco pueden minimizarse, porque de mantas sembradas se construye también en México el infierno de la impunidad y de la profecía autocumplida.
Estuve el fin de semana en los eventos de Delfina Gómez y Morena en el Estado de México. Se caracterizó por ser la gira de las mantas amenazadoras contra AMLO.
Para mí fue inevitable el déjà vu, la inmediata asociación sensorial con otro aspirante presidencial al que conocí y acompañé en varias ocasiones, Luis Donaldo Colosio.
Esas mantas de Acolman, Chimalhuacán, Ecatepec y Texcoco deben ser esclarecidas lo más pronto posible por la autoridad correspondiente.
No es un asunto menor ni que se pueda dejar a la estadística de la impunidad, porque está de por medio no únicamente la vida de un aspirante presidencial opositor, que lidera todas las encuestas, sino la estabilidad del país mismo.
No puede decirse que son unas mantas más de las muchas que se cuelgan al día en diferentes partes del país, porque aquí está de por medio la seguridad nacional y el futuro de la nación, sin exageración alguna.
La probabilidad de que las mantas sean un montaje político, y no una amenaza auténtica, son altas. No hay antecedente de un grupo delincuencial “la familia unida” en los municipios señalados. Si ese día decidieron aparecer públicamente, sería inédito que lo hicieran amenazando a un aspirante presidencial y no al grupo narcomenudista rival de la zona. Tuvieron la gentileza de quemar un auto sin ocupantes y hasta de colocar una espectacular corona de flores, de tres mil pesos, cuando lo más caro que suelen invertir en sus adversarios son hieleras de unicel del Oxxo de 35 pesos, bolsas de hielo de 12 pesos y cinta adhesiva canela de 8 pesos de algún mercado sobre ruedas.
Además, tuvieron la paciencia de esperar a los bomberos, grabar a prudente distancia el trabajo de los apagafuegos, cuidando el mejor ángulo para que se vieran también la manta y la corona, y virilizar el video en cuestión de horas. Ni Francis Ford Coppola hubiese desplegado tanta destreza cinematográfica en tan pocos segundos.
El montaje quedaría para la picaresca nacional, de no ser por el grave entorno de violencia política que lo rodea.
En lo inmediato, existe una secuela de casi tres meses de confrontación discursiva entre el dirigente de Morena y el gobierno federal por el papel de las fuerzas armadas en el combate al crimen y la estrategia de seguridad oficial, que no ha logrado contener la violencia en el país.
Al relevo entró el gobernador de Veracruz con un video peor montado que las mantas del Estado de México, donde se muestra a una candidata de Morena recibiendo dinero que presuntamente sería de AMLO por el solo hecho de recibir la instrucción de entregárselo.
El audiomontaje motivó el envío de una carta dura y directa de López obrador al presidente de la República donde señala lo siguiente: “No se equivoque, Presidente. Yo no lucho por cargos ni por dinero. Lucho por ideales y principios. Y es la honestidad lo que estimo más importante; por eso, su actitud hirió mi dignidad. Y, como decía El Quijote, cuando está de por medio la libertad o la honra, se puede y se debe arriesgar hasta la vida”.
En una línea de tiempo, las mantas mexiquenses son respuesta a esa carta. Y el telón de fondo, la elección del Estado de México, en riesgo real e inminente de cambiar de manos.
El país no aguanta otro Colosiazo de la mafia del poder, otro año como el de 1994 (Colosio, EZLN, crisis económica y política). Alguien quiere soltar nuevamente a los demonios (Mario Ruiz Massieu dixit). Las autoridades federales y mexiquenses deben aclarar ya el incidente de las mantas, sino el mantra de la autoría mafiosa caerá sobre sus cabezas inevitable y fulminantemente. Que ni se atrevan a jugar con fuego.