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¡Ganamos!
Martha Chapa
La victoria de Emmanuel Macron en las recientes elecciones presidenciales de Francia nos llena de gozo y nos alienta. El triunfo de la sensatez sobre la intolerancia nos invita a pensar que hay vías para afianzar y confirmar las libertades, la democracia y la fraternidad de acuerdo con los grandes valores universales que esa nación europea nos ha legado.
Con la decisión de los electores franceses el 7 de mayo se vigoriza de nueva cuenta la Unión Europea, que tras el brexit se había ido debilitando.
El sentido social que imprimió en su campaña el candidato y fundador del movimiento político ¡En Marcha! alberga el compromiso de combatir el racismo, la discriminación y el sectarismo, además de regular y encauzar debidamente los flujos migratorios. Eso sí, el ex militante socialista tendrá que establecer medidas drásticas contra el terrorismo.
Con su clara victoria sobre las propuestas radicales de la extrema derecha y contando con el apoyo de influyentes fuerzas políticas de su país, Macron podrá promover un mayor desarrollo económico que ofrezca opciones, en especial ante los elevados índices de desempleo que han crecido en su país, lo cual constituye una preocupación prioritaria de la sociedad francesa.
Y qué decir de los efectos que se generarán más allá de las fronteras galas. Por un lado, a Europa misma se le envía un oportuno mensaje de rechazo a las posiciones fascistas que abanderó Marine Le Pen. Pero este resultado electoral también atañe a otros gobiernos fuera del continente europeo, de manera relevante a Estados Unidos, cuyo presidente manifestó sin ambages su simpatía hacia la candidata del derechista Frente Nacional, mucho más afín a sus posiciones xenófobas y fundamentalistas.
El joven Macron, que cumplirá apenas 40 años el próximo diciembre, recibió, por su parte, el apoyo del expresidente Barack Obama, quien salió de su mutismo con respecto a asuntos políticos para expresar que el candidato centrista “apela a las esperanzas de las personas, no a sus miedos”, y señaló, con toda razón, que “el éxito de Francia importa a todo el mundo”.
Ojalá que en México siguiéramos el ejemplo de la nación francesa y en su momento las preferencias electorales se inclinaran más hacia proyectos moderados, razonables, realistas e incluyentes. Por supuesto, enarbolando demandas sociales y populares, pero sin radicalizaciones de izquierda ni de derecha.
El éxito de Macron nos entusiasma pero debe interpretarse sin triunfalismos, pues hay que considerar que Marine Le Pen ganó su pase a la segunda vuelta con una votación muy cercana a la que obtuvo el candidato de ¡En Marcha! Y, sobre todo, no hay que olvidar que en la segunda y decisiva jornada electoral un tercio de la sociedad francesa votó por las posturas intransigentes, populistas y reaccionarias de la abogada ultraconservadora. Esta realidad insoslayable continuará presente en el día a día de Francia.
En cualquier caso, el resultado de las elecciones del 7 de mayo constituye un hecho alentador, pues revela que sí hay opciones por encima de los partidos tradicionales: sin grandes aspavientos, la nación francesa optó por un movimiento de corte independiente creado hace apenas un año con el propósito de aglutinar a personas inconformes con la política tradicional, al margen de las coordenadas convencionales de derechas e izquierdas.
Deseamos que Emmanuel Macron asuma plenamente sus responsabilidades de acuerdo con sus promesas de campaña y en función de los grandes requerimientos, no sólo de Francia, sino de una globalidad de la que ya nadie puede escapar.
Por tanto, no dudo en afirmar que el domingo pasado ganamos. Sí, en primera persona del plural: ganamos porque sobre los prejuicios y la cerrazón triunfaron la sensatez, la inclusión y una visión democrática y universal.

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