Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas
Sobre lo secreto y otras cosas innombrables.
El secreto ocupa la misma médula del poder.
Elías Canetti
David Eduardo Rivera Salinas
Sobre lo secreto y otras cosas innombrables.
El secreto ocupa la misma médula del poder.
Elías Canetti
Durante siglos se ha considerado esencial en el arte de gobernar el uso del secreto. Un capítulo que no podía faltar en los tratados de política, a lo largo de tres siglos (de Maquiavelo a Hegel) y que se conoce como la época de la razón de estado, era el relativo a los modos, las formas, las circunstancias y las razones de lo secreto.
Por otro lado, en un admirable libro titulado Masa y poder, el gran escritor búlgaro y Premio Nobel de Literatura, Elías Canetti escribe un capítulo sobre El Secreto, que empieza con esta tajante afirmación: El secreto ocupa la misma médula del poder.
En éste libro, Canetti describe algunas de las técnicas del poder y del secreto: El detentador del poder, que de él se vale, lo conoce bien y sabe apreciarlo muy bien según su importancia en cada caso qué acechar, cuando quiere alcanzar algo, y sabe a cuál de sus ayudantes debe emplear para el acecho. Tiene muchos secretos, ya que es mucho lo que desea, y los combina en un sistema en el que se preservan recíprocamente. A uno le confía tal cosa, a otro tal otra y se encarga de que nunca haya comunicación entre ambos. Todo aquel que sabe algo es vigilado por otro, el cual, sin embargo, jamás se entera de qué es en realidad lo que está vigilando en el otro. De ahí la consecuencia de que sólo el poderoso tiene la llave de todo el sistema de secretos, y se siente amenazado si confía el secreto enteramente a otro.
Por otro lado, el poder en su forma más auténtica siempre ha sido concebido a imagen y semejanza de Dios, que es omnipotente precisamente por poder verlo todo sin ser visto. Recordamos inmediatamente el Panóptico de Jeremy Bentham –gran filósofo y pensador inglés-, que Michel Foucault definió como una máquina de disociar el par ver-ser visto: en el anillo periférico uno es visto por completo, sin ver nunca; en la torre central se ve todo sin nunca ser visto.
Trasladado a donde Bentham, escritor democrático, nunca habría pensado trasladarlo, es decir, a la institución global, o más precisamente al Estado, el modelo del Panóptico habría estado plenamente realizado en el imperio del Gran Hermano (Big Brother) descrito por otro inglés, el escritor George Orwell, donde los súbditos están constantemente bajo la mirada de un personaje del que no saben nada, ni siquiera si existe.
Trasladado a donde Bentham, escritor democrático, nunca habría pensado trasladarlo, es decir, a la institución global, o más precisamente al Estado, el modelo del Panóptico habría estado plenamente realizado en el imperio del Gran Hermano (Big Brother) descrito por otro inglés, el escritor George Orwell, donde los súbditos están constantemente bajo la mirada de un personaje del que no saben nada, ni siquiera si existe.
Pero hoy, como consecuencia de la mayor capacidad para ver los comportamientos de los ciudadanos, gracias a la información pública de centros cada vez más perfeccionados y eficaces, que superan con mucho lo que Orwell pudo prever -la distancia entre ciencia-ficción y ciencia es, debido al vertiginoso progreso de nuestros conocimientos, cada vez más breve-, donde el modelo del Panóptico se vuelve amenazadoramente actual.
Se anticipaba ya, de algún modo el actual problema del derecho de los ciudadanos al acceso a la información, que es una de las modalidades del derecho y que un estado democrático reconoce para sus ciudadanos, considerados en tanto individuos, el derecho de vigilar a quienes vigilan.
Lo secreto sostiene un poder invisible que se convierte en un pretexto, en una amenaza intolerable que debe ser combatida con todos los medios, para enfrentar lo que, en los estados autocráticos parece común, el lugar de las decisiones últimas es el gabinete secreto, la cámara secreta, el consejo secreto, la nómina secreta.
Giusto Lipsio, gran humanista flamenco que vivió en el siglo dieciséis, lo escribió magníficamente de la siguiente forma: explica esto a una persona honesta, y gritará: engaños y disimulos no tienen cabida en la vida humana. Esto vale tal vez para la vida privada, pero nunca para la vida pública, ni puede actuar de otro modo quien piense en la totalidad de la República.
Esperemos pues, que este bochornoso capítulo local de lo secreto, sea el último en la vida pública de los políticos mediocres; que clausure su inmoral sentido e inaugure nuevas formas de ejercer lo político, aunque en ello, tropiece de vez en cuando.