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¿Parecen sicarios?
Beatriz Luevano
Tras la retahíla de reprobaciones a los comentarios expresados por la primera dama del estado, Cristina Rodríguez, tras presenciar una coreografía de jóvenes estudiantes en Tabasco, a los que comparó por su atuendo con “sicarios”, resulta necesario, al menos para quien escribe estas notas, reflexionar sobre el asunto.
Tras la desafortunada y torpe analogía de Rodríguez Pacheco (quien no ha escatimado en formas y ocasiones para disculparse) sobre estos estudiantes cuya intención era agradar a la presidenta del DIF estatal, sin mucho éxito por cierto, se esconde una triste verdad: a los jóvenes no les atraen los estereotipos del astronauta, el médico o el profesionista en general. No tanto como la vida del crimen organizado, y así lo refleja su gusto por los narcocorridos, las narconovelas, el bajo mundo.
Este desdichado evento puso de manifiesto la doliente realidad en cuanto a dónde se ubican las aspiraciones e intereses de nuestra juventud adolescente. Sienten más atracción por una vida cargada de adrenalina en el constante reto a la autoridad; el salirse con la suya consiguiendo una posición económica a costa de desafiar al sistema y alcanzando poder al infundir temor en todo aquel que se oponga a sus intereses.
Y cómo culparlos cuando ven que justamente el médico, el abogado, el profesor, el periodista, andan por la calle de la amargura, desocupados o  con salarios tan miserables que no alcanzan para vivir la vida próspera y loca que ellos anhelan.
Ser profesionista en México dejó de garantizar hace ya un largo tiempo el gozo de un nivel de vida digno y holgado como sucedía antaño.
Según datos recientes, en nuestro país alrededor del 30 por ciento de los profesionistas  están desempleados, cifra que se duplicó respecto de la década pasada. Además el 80 por ciento de los trabajadores mexicanos percibe menos de cinco mil pesos mensuales.
Con este paisaje de frente, es compresible que nuestra juventud pierda la brújula y el interés en continuar su formación más allá de la secundaria o el bachillerato.
Es triste sin embargo, observar hacia dónde se conducen los talentos de nuestros jóvenes con tantos ejemplos frente a ellos de cómo en su patria es mejor recompensado el corrupto o el criminal que aquél que a diario se afana por desarrollar su persona y conseguir el sustento de forma honrada.
La expresión de la primera dama sobre los chicos de la coreografía, aunque hiriente y desparpajada, no está muy lejos de la verdad. Ellos van a dónde les llama su interés, pero una pregunta obligada surge en este caso ¿qué estamos haciendo cómo instituciones educativas para incidir y modificar esos intereses?
Y digo instituciones educativas, no por restar importancia a la responsabilidad familiar, sino porque fue una figura pública quien se indignó con semejante escena, nada menos que la presidenta del Sistema de Desarrollo Integral para la Familia, instancia que junto con la Secretaría de Educación debiera acometer con empeño contra este tipo de degradación cultural.
Los festivales del 10 de mayo y el día del maestro están repletos de numeritos como el que presenció la esposa del gobernador. Niñas vestidas con atuendos provocativos, incluso vulgares, con bailes insinuantes que lo único que hacen es agudizar la cosificación de la mujer, en tanto que las autoridades educativas sólo se quedan mirando, sin el menor esfuerzo por marcar un perfil artístico que eleve estética, la humanidad y el talento de los adolescentes.
Insisto ¿qué estamos haciendo como instituciones educativas contra toda esta ola de perversión de nuestra niñez y juventud?
Los embarazos adolescentes también dan muestra de este desinterés como sociedad y como gobierno de un sector de la población tan vulnerable y sobre el que descansará la seguridad económica y social de nosotros, la generación que hoy los sostiene. No sé a usted, pero tan sólo el pensarlo me da miedo.

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