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Betty Luevano
… que el pueblo me lo demande

Frescos aún el informe del ejecutivo federal y local muestran como regla que nuestros gobernantes comparten la misma alucinación: creen fielmente e intentar convencernos de que vivimos en el paraíso terrenal.
Los alarmantes e insostenibles niveles de delincuencia, corrupción, desempleo y pobreza no caben en dichos discursos. Ellos siempre coincidirán en que están haciendo proezas por el país, los estados y municipios. ¿Entonces cómo es que las cifras negativas siguen creciendo? Si así se comportan los datos estadísticos reales es porque estos personajes están haciendo literalmente “nada”.
Cuando asumen los cargos de gobierno realizan mediante un acto solemne la respectiva protesta de ley en la que se comprometen “a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen, así como desempeñar leal y patrióticamente el cargo de…, mirando en todo por el bien y prosperidad de la unión”, o al menos así reza el rito de protesta presidencial que finaliza con: “si así no lo hiciere, que el pueblo me lo demande”.
Pero ¿de qué manera es válido y efectivo demandarles el incumplimiento de ese compromiso? ¿Qué más tenemos qué hacer cómo sociedad para demandar a estos individuos que cumplan el mandato, cuando sólo utilizan sus cargos para beneficio de ellos y sus familias?
El repudio público está más que manifiesto y aun así no podemos usar la revocación de mandato, no se estilan los plebiscitos, las protestas sociales no surten efecto alguno, los congresos no nos representan, etc.
Es difícil tener que resignarse a la idea de que el único mecanismo de castigo para los malos gobernantes en nuestro país -la gran mayoría-, sea el voto, tan manipulado y prostituido como está, aunque por mucho que nos neguemos y resistamos todos, en términos reales es tristemente la única arma con la que contamos como sociedad y desafortunadamente no se utiliza como es debido.

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