Skip to main content

 

Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas
Sobre terremotos y heroísmos…

Su país México, está en una área del planeta con gran actividad sísmica,
pero aún así no existe la posibilidad de que un terremoto,
por fuerte que sea, sumerja la capital mexicana.
Charles Francis Richter
Sismólogo norteamericano

Las heridas aún no terminan de cicatrizar cuando llega nuevamente, abruptamente. La tragedia de los días 19 y 20 de septiembre de 1985 se repitió 32 años después y   quedará aún más grabada para siempre en la memoria colectiva. Ya nada podrá borrarla, aunque el dolor tienda a diluirse cuando la cotidianidad nos gane la partida y el día a día nos sumerja de nuevo en nuestras vidas.

Entre las ruinas humeantes, en medio del estupor inmenso de la catástrofe, en 1985 se pensó que nuestro país nunca volvería a ser el mismo; tal vez en efecto no lo sea. Pero también se pensó que la tragedia era justamente la mejor oportunidad para emprender un nuevo camino, para mejorar el dibujo de nuestro destino como pueblo, porque el dolor y la muerte nos empujan hacia nuevos horizontes.

Pero el 2017 es diferente. Ahora vivimos todos, casi todos, interconectados, más próximos y cercanos, aún en la distancia. Nos golpean otros demonios, como la violencia, la corrupción y las eternas desigualdades sociales.

¿Será México capaz de salir adelante nuevamente? Seguro que sí. Mejor aún, México será otro otro después de ayer. Tal vez no sea la patria impecable y diamantina lopezvelardeana, pero sin duda, podrá ser la mejor patria para todos.

Recordé rápidamente el libro de Carlos Monsiváis “No sin nosotros: los días del terremoto”, donde nos entrega una magnífica crónica no sólo de lo sucedido en cuanto a daños, sino sobre todo de la emergencia de una sociedad civil, capaz por primera vez quizá, de encabezar, convocar y distribuir aquello que llamamos solidaridad.

Ante la ineficacia de las autoridades y ante el miedo de las burocracias, enemigas de las acciones espontáneas, el conjunto de las sociedades de la capital de la república se organizó con celeridad y destreza, para realizar un sinfín de tareas, desde la habilitación de albergues, el aprovisionamiento de víveres y ropa, la localización de personas, el rescate de sobrevivientes, la organización del tránsito vehicular, la prevención de enfermedades, hasta la atención médica y psicológica y la demolición de edificios.

¿Que lo animó entonces y qué los vuelve a animar ahora? Sin duda, su pertenencia a ésa sociedad civil, la abstracción que al concretarse desemboca –en palabras de Monsiváis- en el rechazo del régimen, de sus corrupciones y complicidades, de su falta de voluntad y de competencia para actuar con inteligencia, con valor –a excepción claro, de las fuerzas armadas y navales, tan queridas y respetadas por el pueblo-, para mostrar con claridad que es posible abocarse a la solución y no a la espera melancólica de los problemas, e inaugurando así nuevas formas de relación con el gobierno, redefiniendo en la práctica los deberes ciudadanos.

Lo que estamos atestiguando ahora es muy parecido a lo sucedido en septiembre del 85, tal vez en escalas diferentes pero igualmente profundas y aleccionadoras. Sin tiempo para debates previos ni declaraciones tontas, se empieza a imponer nuevamente el término sociedad civil, que por el tiempo que dure, le garantiza a los mexicanos de allá un espacio de independencia y de libertad política, que ilumina algo muy característico de algunas autoridades: su rotunda banalidad.

Esta es la gran certeza que acompaña las grandes tragedias como la de este nuevo terremoto: el descubrimiento de que la colectividad sólo existe con plenitud si intensifica los deberes y anula los derechos; y si la sociedad civil es aún una idea imprecisa e incluso desconocida para mucha gente, todos los que están ahí sin estar obligados a ello, le otorgan energía y presencia incuestionables; otra vez palabras de Monsiváis.

El mejor ejemplo que nos dan todas estas personas, es precisamente frente a un hecho doloroso, sobre todo si reconocemos que esta tierra que llamamos firme, no lo es tanto y a veces se desquicia y nos sacude terriblemente. La tierra vibra al perturbarse su equilibrio y transmite sus vibraciones; nos recuerda que al final de cuentas, el paso de las ondas elásticas de la corteza terrestre que viajan por debajo de nuestros pies, pueden llegar sembrando temor, tristeza, destrucción y muerte. El terremoto del día 19, como su similar del 85, es un recordatorio de la vitalidad de la Tierra, pero también de la fragilidad de la vida.

Finalizo recordando un fragmento de un hermoso texto del poeta, ensayista y traductor David Huerta a propósito del heroísmo ciudadano en los terremotos:

La energía del dolor está hecha de sombras,
de oscuridades suavemente marcadas por una
extrañísima claridad. Es lo que ha tenido de pie
a quienes, en jornadas extenuantes y heroicas,
han contribuido en las tareas de rescate.
Es lo que mantiene viva a la ciudad, a pesar de todo:
el hilo de fuerza del que depende el sentido
de la sobrevivencia.

Leave a Reply