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“Rosario”

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Ella era Rosario, y era simple, sencilla, básica. Así, sencilla como lo más hermoso. Mariadel para su única hermana. Ella fue mi nana, y lo fue también para todos sus nietos y bisnietos… que lejana siento ahora esa palabra, esa expresión: “mi nana”, cuando en otrora era tan cotidiana,  cercana.
Su diálogo era siempre cálido, con una voz ligeramente temblorosa y esas manos ásperas que me gustaba tanto tomar entre las mias. Sus ojos, nunca sabré de qué color fueron, nunca sabré como brillaron en su juventud, solo tendré anidados en mi recuerdo esos ojos pardos, tal vez un poco azules, un poco grises, un poco transparentes que me miraban con tanto amor y tanta compasión. Si, ella ha sido la única persona que me ha tenido compasión, pero no de esa que te denigra y te hace sentir pequeñito. De esa no. La compasión de mi nana era diferente, era de esa solidaria, empática, de esa que sin palabras te dice: te entiendo y haré lo posible porque estés bien. Y cumplió, hizo lo que nadie pudo haber hecho para que yo estuviera bien.
La madre de mi madre era de esas raras personas que a veces aparecen sobre la faz de la tierra. Hay personas que tienen imán y te jalan a estar a su lado, así era ella. Lograba que me refugiara en sus brazos y rechazara salir a esa jungla donde habitan los adolescentes. La débil luz del foco del cuarto de servicio mientras planchaba y me enseñaba a hacerlo hacia más cálidas  esas pláticas reiterativas. Yo preguntaba una y otra vez: Cuéntame ¿cómo era mi mamá de niña?, cuéntame de ti cuando eras joven…  y así la misma conversación… tanto las escuché que ya no puedo recordarlas.
Los domingos empezaban con  perros calientes y tenían su particular sello y la particular marca del comal donde los calentaba. Por la noche nos sentábamos a ver en pijama  la telenovela histórica “Toda una vida”, ella y yo solas mientras escuchábamos “Pompas ricas de colores, de matices seductores, del amor la pompas son; y  al tocarlas se deshacen como frágil ilusión”. Yo volaba la imaginación con esas imágenes de época y despistadamente  veía como por la  mente de mi abuela pasaban imágenes de su vida, de esa parte de su vida muy privada que muy pocos conocieron, yo no, y ahora me lamento no haberle preguntado nunca, estoy segura que ella me hubiese compartido de buena gana esas historias, ¡Cuánto material desperdiciado para este pobre intento de escritora! Tenía un par de zapatos muy al estilo de los años 30, no supe que fue de ellos, pero hubiese podido escribir sobre  sus pasos.
Un día me dijo que era hora de irse, ya tenía que hacerlo, era el momento de dejarme,  necesitaba estar donde más quería estar, donde necesitaba estar. Dios ayuda a los inocentes, y como la inocente que yo era no tuve la sabiduría para poder ver lo que me esperaba, de haberlo sabido, le hubiese rogado que se quedara, ella se hubiera quedado, afortunadamente no se lo pedí y ella pudo partir a sus inicios, a sus raíces. Años después cerró su ciclo y me dejó las ganas de estar a su lado, de ver esos labios tan delgados que a veces se perdían tras de esa, su sonrisa que me volvía a la vida, las ganas de sentarme a su lado y  volver a cantar como aquella última vez:”El amor de mi vida has sido tú…
Hay recuerdos que podrían doler, pero no, te vuelven amorosamente a la realidad y  a esa maravillosa fortuna de haberte tropezado con un ángel vestido de abuela. Mi amada nana Chayo, te debo la vida.
Ora verás Rosario, ora verás.
Final  con mi gusto es y  una jocosa mentada  de madre.

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