Sabino Luevano
Las dos corrientes principales de la política mexicana actual y su punto en común
En el panorama de la política actual mexicana, más allá de la parafernalia de partidos viejos y nuevos, en realidad sólo existen dos tendencias fundamentales; una que emana de los priistas y panistas neoliberales y que llamo salinismo, ya que fue el graduado de Harvard -el primer presidente “tecnócrata”- quien iniciara las reformas neoliberales y diera carpetazo al Estado Corporativo. Desde Salinas hasta Peña Nieto, el salinismo ha gobernado el país mediante “fraudes patrióticos” y “guerras sucias”, lo cual es tremendamente contradictorio, ya que también fueron los artífices de la “democracia” moderna mexicana. En cierto sentido, lo único que sucedió con el viejo PRI es que algunos capos y cachorros del partido, accedieron a una educación privilegiada que inició generalmente en el ITAM y posteriormente pasó por universidades prestigiosas estadounidenses. Es decir: los capos se hicieron técnicos y profesionales en economía, pero no dejaron de ser capos. Esa es la gran contradicción del salinismo mexicano; por un lado un alto grado de profesionalismo económico que, es cierto, nos ha evitado crisis sexenales -aunque a un costo social muy alto-, y por otro las mismas prácticas mafiosas de siempre, sólo que ahora esas prácticas de corrupción ya no se verticalizan a sectores populares, sino que se mantienen sólo en las cúpulas políticas y empresariales. Es lo que Martin Luther King llamó, refiriéndose al capitalismo de Estados Unidos, “socialismo de los ricos;” ellos mantienen todos los privilegiados de una hermandad mafiosa, se otorgan contratos públicos, se intercambian favores, manipulan la justicia a su modo, utilizan las instituciones como les da la gana etc etc. Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto forman, hasta la fecha, esa cadena de salinismo. Todos son amigos, todos se elogian, se protegen y hasta traicionan a su propio partido, como el caso de Margarita Zavala y sus diputados calderonistas, con tal de darle continuidad al “proyecto”.
Del otro lado tenemos al cardenismo de base populista. Su propuesta principal se podría resumir en la siguiente; más Estado como motor de desarrollo. López Obrado habla constantemente de proyectos cardenistas un poco delirantes; construcción de refinerías, de trenes bala, internet gratis etc. Lo que no queda muy claro es cómo se van a financiar esos proyectos: ¿mayores impuestos, más deuda pública? Su narrativa política, la crea de verdad o sólo la utilice para ganar votos, tiene demasiada legitimidad en amplios sectores de la población. En esa narrativa sólo existen los mafiosos y las víctimas. Por mafiosos se entiende el contubernio entre el PRI, el PAN y la clase empresarial (incluyendo a los narcos). Y por víctimas el pueblo, sobre todo la clase popular mexicana -que es mayoritaria- y la raquítica clase media.
Sin embargo, tanto el salinismo como el cardenismo comparten un eje común: el mesianismo. Las reformas neoliberales de Salinas se impusieron bajo una fe incuestionable en su efectividad. De la misma forma, la reforma agraria de Lázaro Cárdenas partió de la idea -muy ingenua- de que bastaba con darle tierras al campesino para volverlo autosuficiente y próspero. Según se lee en las obras históricas sobre Cárdenas y el cardenismo escritas por Enrique Krauze y Adolfo Gilly, la reforma agraria, salvo en Sonora y el valle de Mexicali, fue un fracaso. De igual forma, el neoliberalismo, en la forma como se ha implementado, se parece más al fracaso que al éxito pregonado. El mesianismo salinista impuso una reforma económica pero dejó casi intacto el funcionamiento mafioso del Estado. Y así como el PRI arruinó el Estado Corporativo, parece empecinado ahora en arruinar el Estado Neoliberal. El problema en este país no parecen ser los modelos, sino los modeladores; mientras los capos sigan siendo capos, no importa que se ensaye el comunismo, el socialismo, el neoliberalismo y hasta una monarquía, el resultado siempre llevará a donde mismo: un modelo extractivista y de compadres.