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Sabino Luevano
La naquez como categoría política en la sociedad mexicana
Seguramente escuché por primera vez el término naco en la televisión mexicana. Seguramente fue en algún programa de Televisa, esa gran institución educativa que ha influido en nuestras formas de sentir, de pensar, de actuar, de decir. Creo que pronto me di cuenta que se trataba de un término ofensivo. Tal vez al principio creí que se utilizaba para referirse a personas, sobre todo de la capital, que tenían un acento exagerado. Después se fueron agregando varias capas semánticas al concepto; naco podría significar pobre, de color de piel muy oscuro, o de mal gusto. La clase alta lo creó con una connotación clasista y racista.
En la primera novela de Enrique Serna, Uno que soñaba que era rey (1987), un niño de la clase alta, un fresa, se inventa un juego con un rifle de cacería; el tiro al naco. El niño se sube a la azotea y dispara a personas “nacas” hasta ocasionarle la muerte a una. Por supuesto que la familia tapa el crimen y lo manda a estudiar al extranjero.
Hoy en día el término es parte del vocabulario de la sociedad mexicana y todos conocemos su peligro dependiendo de quién venga. No hace mucho, Nicolás Alvarado renunció a la dirección de TV UNAM por llamar a Juan Gabriel “naco”. Las redes sociales se le fueron encima y tal vez fue el primer caso de justicia mediática en México por el uso de un término lingüístico.
La clase media y la clase humilde, por su parte, se vengó de los fresas con la creación de dos términos de una ironía corrosiva: lords y ladys. Estos términos, cuya génesis registra el cronista Francisco Goldman en El circuito interior (2015), surgieron a raíz de la filmación de ex -abruptos públicos de ciudadanos pertenecientes a las élites, en los cuales, por lo general, hay una víctima de una clase inferior que recibe insultos como “asalariado” o “naco”. Estas grabaciones, como ya sabemos, hoy son parte del hazmerreír cotidiano del mexicano y son todo un género en YouTube. Lo que demuestran, además de la consabida prepotencia de las clases altas, es que los ricos mexicanos, básicamente, son muy nacos. Si comparamos a la burguesía estadounidense y a la mexicana, nos daremos cuenta de que, en cuestión de mal gusto, nuestra querida burguesía supera con creces en naquez a la primera. Donald Trump sería una excepción, pero a nivel general, en las burguesías de Estados Unidos hay visionarios, creadores de tecnología y ciencia que han beneficiado a la humanidad. En la burguesía mexicana el pensamiento científico destaca por su ausencia; por lo general sólo hay contadores, mercadólogos, abogados y, en el mejor de los casos, economistas. Es difícil tener una conversación sobre ciencia o arte, por ejemplo, con un miembro de nuestra burguesía. Por eso una película como El Ángel Exterminador (1962), de Luís Buñuel, tiene algo de imposible: nuestras burguesías no son así de refinadas. En cambio, una artista que ha literalmente retratado a la burguesía mexicana puede dejarnos con el ojo virolo -para utilizar una expresión naca-, impresionados por tanta naquez acumulada. Se trata de la fotógrafa Daniela Rossell. En su presentación Ricas y famosas (2002), hace un retrato feroz del mal gusto y la naquez de nuestra burguesía y sus mansiones de colores chillantes, rodeada de tigres y leones disecados y, a veces, algún cuadro caro en la pared que, por supuesto, no comprende, pero cuyo valor presume.  Un país en cuya cima se encuentra una clase que no puede vivir sin los peluches, los comedores color olor y los tapetes de cebra, es un país condenado al mal gusto de la violencia y la desigualdad eterna.

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