Ricardo Monreal Ávila
Un México con hambre y sed de justicia
El 6 de marzo de 1994, hace veinticuatro años, el candidato emanado de Los Pinos para contender en las elecciones de ese mismo año, con la intención de suceder a Carlos Salinas de Gortari en la presidencia de la República, pronunció en la explanada del Monumento a la Revolución un discurso de trascendencia política con el cual, tanto él como su equipo de asesores pretendían relanzar su campaña electoral para situarla en los titulares de los principales medios de comunicación, así como entre las notas más importantes de los noticiarios con mayor audiencia de radio y televisión a nivel nacional ya que, a raíz del levantamiento armado por parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el primero de enero de 1994, toda la atención de la sociedad se había volcado al seguimiento del proceso de pacificación en tierras chiapanecas.
En aquel discurso, Luis Donaldo Colosio Murrieta mostró conocimiento y conciencia de los problemas sociales que aquejaban al país, comenzando por la manera como se había conducido hasta entonces la administración federal; los graves vicios de corrupción presentes en el aparato gubernamental; la ausencia de un auténtico Estado de derecho en la vida cotidiana, así como el malestar social que imperaba a raíz de los abusos de poder a los que la población era sometida. El entonces candidato no sólo reconoció públicamente estos males, sino que dejó ver de manera clara el distanciamiento político que tomaría del salinismo.
Previo al relanzamiento de la campaña de Colosio, aquel 6 de marzo de 1994, su equipo de campaña no encontraba la manera de hacer despegar la candidatura, debido a que los reflectores se habían volcado hacia las acciones emprendidas por el entonces comisionado para la Paz y Conciliación en Chiapas y, en buena medida, al protagonismo que ejerció el Presidente quien, con hechos y declaraciones, parecía alentar las pretensiones presidenciales quien también era ex jefe del Departamento del Distrito Federal y ex Secretario de Relaciones Exteriores.
De igual manera, recuerdan algunos priistas, el candidato oficialista enfrentaba fuertes críticas debido a que no se “cortaba el cordón umbilical” de quien lo apoyó en su carrera hacia Los Pinos; tenía, en suma, que desafiar los altos negativos de una imagen política deteriorada por el desgaste del partido en el poder y, al mismo tiempo, debía construir una imagen distinta de frente a las inquietudes de las bases y de la cúpula del partido, así como de una ciudadanía cada vez más escéptica.
En el momento en que iba a dar mayor impulso a su campaña, Luis Donaldo mostró, de manera formal, distanciamiento del régimen de Salinas de Gortari, reconociendo algunos de los vicios prominentes del mismo, y utilizó una retórica novedosa en torno a la ideología revolucionaria con la cual se identificaban los militantes y la cúpula de su organización política.
No fueron casuales la forma y el tono de ese pronunciamiento, el cual produjo asombro entre propios y extraños. Para políticos y analistas del momento, Colosio hacía evidente que la conducción del país a través de su gestión iba a ser independiente de toda intervención externa, semejante a la del periodo nacional conocido como Maximato, y lanzaba una promesa: “Proponemos la reforma del poder para que exista una nueva relación entre el ciudadano y el Estado. Hoy, ante el priismo de México, ante los mexicanos, expreso mi compromiso de reformar el poder para democratizarlo y para acabar con cualquier vestigio de autoritarismo”.
A veinticuatro años del singular pronunciamiento político del candidato que se preparaba para encabezar la cúpula del priismo, se sigue recordando una de las líneas que quizá haya causado mayor desazón entre quienes hacían suyo el discurso institucional posrevolucionario, aquel que, pese a la realidad mexicana de la última década del siglo XX, vendía la idea de que todas las aspiraciones sociales emanadas del estallido de 1910 se habían concretado ochenta años después.
Por supuesto, la postura del pronunciamiento de Colosio, en el contexto del conflicto chiapaneco, responde a ese malestar social que sigilosamente comenzaba a cuestionar no sólo la legalidad de los procesos electorales, sino la legitimidad de los gobiernos emanados del priismo. Ante esta disyuntiva, el orador sentenció: “Yo veo un México con hambre y sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían servirla…”
Es claro que todo lo dicho el 6 de marzo de 1994 se tiene que entender en el contexto político y social de aquel momento, pero hace unos días, quien aspira a llegar a la cabeza del priismo y del Estado mexicano retomó una frase del discurso de Colosio Murrieta, desde una situación política, social y económica evidentemente distinta de la que se vivía hace veinticuatro años. Destaca este uso de estrategias retóricas basadas en posturas ideológicas que no compaginan con el contexto o con el momento histórico, y resulta discordante repetir una fórmula de éxito discursivo, cuando lo recompuesto no se ajusta a las expectativas originalmente planteadas.
Es interesante advertir, para quienes escuchamos el pronunciamiento del actual abanderado del partido oficial, que continúa planteando la separación entre el mote del “político” y del “ciudadano”, para distanciarse de la institución que lo ha abanderado, y cuyo prestigio entre la sociedad no está ni remotamente en su mejor momento. Soy, pero no soy. Dilema encarnado en una candidatura presidencial.
El equipo de asesores del candidato del tricolor olvidó retomar otra parte sustancial del discurso de Colosio: “No queremos candidatos que, al ser postulados, los primeros sorprendidos en conocer su supuesta militancia seamos los propios priistas”, se dijo en aquellos primeros días de marzo de 1994.
Las campañas aún no inician de manera formal. Está por verse cuánto resistirá el discurso del autodenominado candidato ciudadano quien, sin sorprender, afirma que el país “todavía tiene hambre y sed de justicia”.