¿Acabar con la corrupción?.
Por: Juan Carlos Girón Enriquez.
En ocasiones puede ser hasta molesto seguir escribiendo y leyendo sobre lo mismo, pero no se debe a que no tengamos otro tema de que hablar, sino que la falta de atención a estos temas resulta una conducta reiterada por parte de las autoridades, entonces, si ellos insisten en hacer oídos sordos, nosotros no quitaremos el dedo del renglón y seguiremos señalando los errores.
La corrupción es uno de los principales males que aqueja nuestro país, nuestra entidad y los municipios. Contamos con un sinnúmero de instituciones y organismos encargados de vigilar que cada uno de los funcionarios cumpla con sus funciones sin desviar recursos, la pregunta es ¿porqué no se acaba la corrupción si contamos con todos esos organismos e instituciones?
Mucha gente se ha atrevido a afirmar que es un problema cultural, lo cual me molesta, puesto que cultura es, de acuerdo a la Real Académica de la Lengua Española, “un conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, inclusive como “conjunto de modos de vida y costumbres”. Ante esa definición, he se señalar que no para todos los mexicanos, la corrupción sea ni un modo de vida, ni una costumbre, mucho menos el desarrollo de un juicio crítico, por lo que afirmar que la corrupción esta arraigada en la cultura mexicana me parece un tanto de mal gusto, porque generalizar nunca ha sido bueno.
Lamentable resulta que si sea un juicio, modo de vida y costumbre de la mayoría de la clase política el conducirse en los márgenes de la ley, con la complicidad de algunos, porque no decirlo, ciudadanos que son cómplices en esa corrupción, porque para que un funcionario pida favores a cambio de hacer su trabajo o asignar recursos, se necesita de un ciudadano que este dispuesto a conceder esos favores, pero no todos los mexicanos somos así.
Muchos somos los mexicanos, los zacatecanos que estamos cansados de ver como unos cuantos se hacen ricos con el dinero del pueblo, como entran a ser funcionarios del gobierno con un pequeño patrimonio y cuando dejan de ser funcionarios, si es que dejan, porque las mieles del poder son adictivas según parece, salen forrados en dinero, dueños de negocios, empresas, sus hijos todos con casa sin tener trabajo, como si los sueldos de gobierno fueran tan bondadosos.
¿Qué hacen entonces todos esos organismos e instituciones encargadas de revisar el ejercicio de los recursos? No se trata simplemente de crear leyes o sistemas anticorrupción si no hay un verdadero compromiso de que sean efectivos, de que se sancione, de que se inhabilite y, lo mas importante, de que se recuperen los recursos malversados para que sean destinados al beneficio social.
Es fácil gritar a los cuatro vientos que vamos a terminar con la corrupción, un buen propósito, la pregunta sería ¿Cómo? Si ya se tiene un análisis detallado de todo lo que no ha y no esta funcionando en los modelos anticorrupción que se han creado en nuestro país, si ya sabemos que se están repitiendo funciones y engrosando las nóminas de los gobiernos y organismos públicos a cambio de que la corrupción siga su curso sin que nadie sea castigado.
Sería interesante conocer una verdadera propuesta que permita castigar a los culpables, recuperara lo recursos, inhabilitar a los responsables, sin necesidad de crear más organismos o dependencias, perfeccionando las que ya tenemos a partir de la larga lista de deficiencias que sabemos que tienen desde su origen. No se necesita más burocracia, solo se necesita que la que ya existe cuente con las herramientas legales y el respaldo institucional para vigilar, investigar y sancionar los actos de corrupción, con la certeza de que no llegará un gobernador o un presidente que le otorgue el perdón al funcionario, haga de cuenta que nada paso y lo vuelva a contratar para ocupar un cargo público.
Es simplemente cuestión de respetar las instituciones que ya tenemos, perfeccionarlas a partir de la experiencia y permitir que cumplan con su labor. No todos los mexicanos somos corruptos y aquellos que los son deben, primero, regresar lo que se llevaron y segundo, ser castigados por ello.