Claudia Scheinbaum decidió votar por la cultura vertical y de relumbrón en la CdMx
Quito del Real
Confieso: me alteró el estómago hasta el vómito el nombramiento de Alfonso Suárez del Real y Aguilera como próximo jefe de Cultura de la CdMx. Él, que desde hace años se ha paseado sin base social propia por diversas pasarelas, lleno de caprichosos nombramientos y representaciones que lo hicieron figurar como un personaje lopezobradorista muy decente y políticamente correcto, se encuentra en este momento en el verano de su vida, abrazando con fuerza y entusiasmo la encomienda más cara que ha obtenido en su vida, gracias a la decisión de la nueva jefa de Gobierno Claudia Scheinbaum. Se sacó la lotería.
Atención, no deseo buscarle chichis a las hormigas. Simplemente, quiero poner en claro que sobre el tapete de la Ciudad de México se desplegaron, desde 2006, varias opciones alternativas y formas de ver el asunto de la cultura para una gran área rica en tradiciones culturales y diversidad social. Para mi gusto, el puñado aquel de opiniones variadas y a veces radicalmente encontradas, no sólo aprovechaban la alta temperatura coyuntural de las jornadas civiles convocadas en el zócalo por AMLO, también hacían sobresalir los nuevos trazos programáticos aparentemente desquiciados, pero efectivos, para hacer de la toma del poder un manifiesto cultural en sí.
Y, según recuerdo, entre ellas no se encontraba el texto que pudiera hacer de Suárez del Real un dirigente crítico, reconocido y experto en los espesos intríngulis que se deslizan, como animales inmundos y rastreros, por debajo de las apariencias festivas y los actos de relumbrón con que suele premiarse a las masas omisas de entender las miserias y pequeñeces que se empollan en la política cultural.
La superficialidad es el gran negocio de Alfonso y, como es evidente, la gran madrina que lo veló a la hora de sus intervenciones inocuas, con voz grave y dicción moderada, y ricas en adjetivos. Esta estrella es típica de los hombres que tienen poco que decir, al estar neciamente abonados, como garrapata en oreja de liebre, a los personajes claves y hegemónicos. Suárez del Real es un personaje que, simplemente, es eficaz para estar ahí en el momento preciso y con la gente precisa.
Bien a bien, son modestas las cartas con que Suárez del Real hoy se presenta ante “el apreciable y culto público” de la capital. A mí, que me tocó escucharlo inicialmente en los debates que se suscitaban en las reuniones convocadas por las Brigadas Creativas, surgidas en 2006 y desaparecidas vergonzosamente en el vacío, y cuyo punto de reunión era el Museo de la Ciudad de México ?en realidad, este era un encuentro amorfo de artistas e intelectuales desordenados que creían tener la síntesis de la experiencia popular en la mano, pero que eran incapaces de parir una conclusión ejecutiva?, siempre me pareció verlo por debajo, acaso apocado, de Inti Muñoz y del compositor potosino Gabino Palomares.
Es una pena que no estén reunidas los documentos que muchos ofrecimos, bajo el consabido lema romántico de hacer una donación a la causa de Andrés Manuel, después de las jornadas de aquel verano divertido y delirante del año 2006. Joder, ¿dónde quedó todo ese material? Es una pena no volver a leer esas exposiciones formales porque ahí, a la luz del análisis retrospectivo, podríamos analizar la calidad de los quilates programáticos elaborados por Suárez del Real y Aguilera.
Conste que, hasta este momento, no he mencionado al verdadero as que surgió de las tiendas de lona de Juárez y Reforma, que lleva por nombre Paco Ignacio Taibo II.
En efecto, el famoso Paco sabía de antemano que cualquier intervención delicada y sabihonda de los compañeros sería arrasada de antemano por la fuerza de su posición, experta y pacientemente afinada a través de los años: desde la cooperativa de cine, hasta el movimiento de apoyo, innovador y agudamente estético, al movimiento de los colonos y obreros encabezados por un dirigente plebeyo, nacido en Cuernavaca, nombrado por la gente de la izquierda radical como el “Güero” Medrano.
Paco venía del 68 y de los primeros retorcimientos sociales de los setenta. Y pocos de los que estábamos ahí habíamos tenido una experiencia similar. Por eso, nos veía chiquitos y orejones. El muy cabrón se reservaba y no asistía a las inútiles juntas de los artistas e intelectuales desbocados que se paraban de sus sillitas para desplegar, con aire doctoral, la escualidez de sus experiencias y concepciones.
Continuará