Derechos Humanos e inclusión social.
Por: Jenny González Arenas
Hablar de derechos humanos obliga a hablar de dignidad, concepto que lleva intrínseco el respeto de toda persona, la necesidad de que seamos valorados y respetados en nuestro carácter individual y como parte de una sociedad. La dignidad implica el desarrollo pleno de una persona.
Muchas veces hemos escuchado hablar sobre la dignidad y sobre la inclusión, pero muy pocas veces nos detenemos a pensar en lo que estamos haciendo bien o mal para lograr que esas palabras dejen de ser un concepto y se vuelvan una realidad.
Tenemos la idea de que el único que puede violentar los derechos humanos por acción o por omisión (hacer o dejar de hacer), sin embargo, cuando se trata de inclusión y de respeto a la dignidad, no es responsabilidad exclusiva del Estado ni de sus agentes, sino de toda la sociedad en su conjunto.
Muchas veces tomamos actitudes discriminatorias, segregamos o tratamos diferente a las personas que no se ven, no hablan, no piensan o no pueden hacer lo que nosotros hacemos, eso es una violación a los derechos humanos de aquellos a quienes estamos tratando diferente.
Volteamos a ver con asombro a una persona con alguna discapacidad, nos alejamos de aquellos que no se ven como nosotros, juzgamos a los que profesan otras religiones ya sea por como visten o como piensan, criticamos y tratamos de imponernos a aquellos que no opinan como nosotros, todo eso es discriminación, y atenta contra la dignidad y los derechos humanos de las personas.
Es un problema de actitud, individual y colectivo. Nos olvidamos, como sociedad, que en ocasiones cumplimos con una doble función, que a veces prestamos un servicio público y otras veces somos usuarios de ese servicio, que en ocasiones vemos a los demás diferentes pero otros nos pueden ver diferentes a nosotros, que si juzgamos o criticamos a alguien por su manera de vestir o de pensar, alguien mas nos puede juzgar a nosotros por la misma causa.
Vemos lo que nos hacen los demás pero difícilmente nos detenemos a pensar en lo que nosotros les hacemos a otros.
Una sociedad que se llame incluyente es aquella que no discrimina y que tampoco trata diferente, es aquella en el que todas las personas, a pesar de sus diferencias, pueden desarrollarse de manera plena y autónoma, sin necesidad de tratos especiales. Una sociedad incluyente es aquella que no limita el desarrollo de las personas, por el contrario potencializa el ejercicio de todos los derechos y les ayuda, en igualdad de condiciones a desarrollarse de manera adecuada.
Lamentablemente no vivimos en una sociedad incluyente, porque seguimos peleando por cuotas de género o por derechos de la comunidad LGTTTBIQ o por el respeto a los derechos de los indígenas. No vivimos en una sociedad incluyente porque una persona con alguna discapacidad física no puede acceder a la educación no por falta de capacidad sino porque las escuelas no están diseñadas para simplificar su desplazamiento de un lugar a otro; tampoco tenemos políticas públicas incluyentes porque el Estado sigue pensando que inclusión es tratar diferente, cuando tratar diferente puede ser, en algún momento segregar o separar.
Hasta que cada uno de nosotros como personas en lo individual asumamos una actitud de no discriminación, hasta que se generen estrategias adecuadas que permitan que las personas con o sin discapacidad puedan acceder al ejercicio de sus derechos en igualdad de condiciones, o que las mujeres sin necesidad de cuotas de genero puedan ser tratadas igual que los hombres, o que los derechos de los pueblos indígenas sean respetados en tanto respeten su propia dignidad, etc., hasta ese momento podremos comenzar a decir que vivimos en una sociedad incluyente.