Elogio de la traición
Sabino Luevano
Fueron varias las razones por las que López Obrador llegó a la presidencia de la república. La principal de todas es el hartazgo político. Otra razón fue la capacidad y una necesidad supuesta de López Obrador de hacer alianzas con diferentes actores políticos de distintas tendencias; desde panistas prominentes como Manuel Espino o Germán Martínez hasta figuras del sindicalismo charro mexicano como Elba Esther Gordillo o Napoleón Gómez Urrutia. La estrategia de López Obrador -o de su equipo de consejeros- detrás de estas alianzas tiene que ver sobre todo con mostrar a la inversión privada, que han sido los responsables de todas sus derrotas, que su movimiento es inclusivo, tolerante, social demócrata y no chavista ni castrista. Recientemente Yeidckol Polevnsky aseguró que MORENA no es de izquierda, sino un partido “humanista”. Estos mensajes van dirigidos, sobre todo, a las élites empresariales, que tienen un miedo real a los experimentos del populismo que ha padecido Latinoamérica en los últimos 20 años, siendo el de Venezuela el caso más dramático.
Ahora bien; López Obrador tenía absolutamente todo a favor para ganar las elecciones; lideraba las encuestas con más de 20 puntos. Así que el rumor de una alianza entre el PRI y el PAN tampoco hubiese dado resultados. El triunfo de López Obrador era inevitable tanto a nivel presidencia como legislativo. Por primera vez en la historia moderna de México, un partido de oposición tiene la mayoría absoluta en el congreso. Así que prácticamente MORENA tiene todo el poder político que ni siquiera tuvo Chávez cuando ganó la presidencia. Ante semejante concentración de poder, MORENA debería re-considerar alianzas cuestionables como la que hizo con Elba Esther Gordillo o Napoleón Gómez Urrutia. En la política el máximo ideal debería ser el beneficio de la nación, y no la lealtad a figuras públicas repudiadas. Si contribuyeron en algo algunos personajes al triunfo de MORENA, se les debería dar las gracias y hacerlos a un lado por dos razones; primero, para demostrarle a la gente que en realidad MORENA significa un cambio relativo. Y segundo, porque el “pacto criminal” ha sido un viejo rasgo de la política mexicana. Desde Porfirio Díaz hasta la fecha, los presidentes han tenido que pactar con criminales por razones pragmáticas. Hoy no existen razones pragmáticas que sustenten un pacto criminal. MORENA tiene el poder absoluto. No necesita de pactos con un par de sindicalistas decadentes y corruptos. Ni siquiera los necesitaba antes de las elecciones. Si MORENA quiere ser tomada en serio, debería empezar esa operación largamente postergada en la política mexicana de la auto-quimioterapia.