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Dr. Ricardo Monreal A.
2 de octubre
Eran las 16 horas del miércoles 2 de octubre de 1968. Un número calculado de entre 6,000 y 15,000 asistentes se dieron cita en la Plaza de las Tres Culturas, rodeada de los edificios del complejo habitacional Nonoalco, Tlatelolco, al norte de la Ciudad de México; el motivo, el Consejo Nacional de Huelga anunciaba los pormenores del movimiento pacífico estudiantil iniciado tres meses antes por la represión de que fue objeto un grupo de estudiantes de una vocacional perteneciente al Instituto Politécnico Nacional y los alumnos de una preparatoria incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México, tras una riña suscitada al término de un juego de tochito en la Plaza de la Ciudadela, en el centro de la ciudad.
A las 17:30 horas, el mitin en Tlatelolco anunciaba su fin y se hacía del conocimiento de los asistentes que la manifestación programada en dirección al Casco de Santo Tomás se suspendería; 15 minutos después, dos luces de bengala, arrojadas desde un helicóptero que volaba en círculos sobre los asistentes, daban la señal para que el Batallón Olimpia –entrenado para el resguardo de la seguridad durante la realización de los Juegos Olímpicos de aquel año en nuestro país— abriera fuego en contra de los manifestantes y detuviera a los líderes del movimiento estudiantil. Al abrigo del estruendo de metralletas y fusiles, el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz cortó de tajo con la organización y la protesta estudiantiles, así como con la vida de un número hasta ahora no conocido de víctimas.
El presidente argumentó que el movimiento estudiantil era controlado y financiado por oscuras fuerzas comunistas internacionales, cuyo único propósito era desprestigiar al país en medio de tan importante compromiso deportivo. En su opinión, las decisiones tomadas por su gobierno en el fatídico año de 1968 permitieron que el país se salvara de las conjuras que contra él se estaban fraguando; en algún momento de sus declaraciones a los medios de comunicación, minimizó el hecho: “… para mí, México es México, antes y después de Tlatelolco. Ése es un hecho penoso en la vida de un pueblo”.
Del suceso, el Gobierno reportó, como información oficial, la detención de 1,043 personas, la muerte de 26 y que 100 resultaron heridas. Por su parte, la embajada de Estados Unidos de América en México declaró a la Agencia de Seguridad Nacional de aquel país que la cantidad de personas asesinadas ascendía a entre 150 y 350.
La masacre de Tlatelolco es uno de los eventos más cruentos de la historia mexicana, con la participación activa del Gobierno en su planeación y ejecución. Rememorar aquellos acontecimientos debe implicar una reflexión profunda sobre el hecho en sí mismo; tanto por las consecuencias políticas que tuvo a la postre, entre ellas, la derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal dos años después, como por la necesidad que tienen los pueblos de cultivar la conciencia colectiva y de acceder al derecho a la verdad.
Ante esas reflexiones, se hace indispensable la configuración de una memoria histórica que guarde una estrecha relación con las causas, los antecedentes y las consecuencias de la represión en contra de un movimiento estudiantil, el cual abrigó, de manera pacífica, la indignación, el malestar, las ansias de externar el hartazgo, el desacuerdo de una sociedad con un régimen autoritario, represor y cada vez más alejado de los ideales revolucionarios, que supuestamente eran la base de su organización y principal factor de legitimación.
En una época en que la efervescencia de la rebeldía juvenil se asentaba como movimiento contracultural, el Gobierno de Díaz Ordaz apostó por la mano dura, que definitivamente fue incapaz de comprender la naturaleza de aquella sublevación simbólica y aquel despertar de una conciencia política por parte de la comunidad universitaria, la cual, ante la cerrazón del grupo político dominante, cuestionaba el ejercicio monolítico del poder político y la nula posibilidad de participación disidente en el país.
Años antes, el propio régimen de Díaz Ordaz había reprimido un movimiento de médicos y las protestas universitarias en Michoacán y Sonora. Ante el estallido del movimiento estudiantil de 1968, la lógica de su discurso se direccionaba hacia el restablecimiento del orden público a través de los medios que el gobierno tuviera a su disposición. El 1 de septiembre, el presidente lanzó una clara advertencia en contra del ánimo estudiantil:
[…] hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite, no podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico como a los ojos de todo el mundo ha venido sucediendo […] No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos.
A 50 años de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, debemos rememorar el acontecimiento con la responsabilidad de mantenerlo vivo en la conciencia colectiva, para condenar el salvajismo y la cerrazón detrás de tales crímenes de Estado, con el fin de evitar un hecho tan lamentable como el que vivió aquella generación de jóvenes que buscaban la apertura al diálogo franco con el Gobierno de su época, y que por respuesta recibieron balas, vejaciones, desapariciones, muerte.
Es de celebrarse la escritura en letras de oro alusivas al Movimiento Estudiantil de 1968, que plasmó la Cámara de Diputados en su Muro de Honor; lo propio hicimos en uno de los muros del salón de plenos del Senado de la República.
No es asunto menor honrar a aquellas y aquellos jóvenes caídos la tarde del 2 de octubre de aquel año, con el compromiso férreo de luchar por el derecho al diálogo pacífico y a la apertura política en México. Nos toca a nosotros, la generación del presente, trabajar porque estas premisas iluminen siempre las veredas de las generaciones por venir.

ricardomonreala@yahoo.com.mx<br /> Facebook y Twitter: @RicardoMonrealA

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