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Para imprudencias, Yáñez y Mayer

Quito del Real

Existe una rara atmósfera en torno a Andrés Manuel López Obrador, aparentemente producida por algunos de sus partidarios y futuros colaboradores.
Si su grupo dirigente central insiste en que ha sido campeón en el diseño de una transición tersa para el nuevo sexenio, tendría que reconocer que ha retrocedido de manera infame, gracias a las pocas tablas, indisciplina, protagonismo y estupidez de muchos de los nuevos actores que desean salir a declarar en público, nomás por quítame estas pulgas, en los diarios y en la televisión.
Como ya lo comentamos en la colaboración anterior, el señor Sergio Mayer, nuevo encargado de los asuntos culturales en la Cámara de Diputados, demostró su poca capacidad política, al ser cuestionado por los miembros de otras fracciones y vituperado por muchas plumas traviesas que deambulan en la prensa nacional. La opinión casi unánime contra él afirma que es un arribista que desea llevar agua al molino de sus patrones de Televisa, TV Azteca y algunos magnates exquisitos.
Pero él, retozón que es, señaló: “No necesito ser Sócrates para llevar los asuntos culturales en la comisión del Congreso”.
Su respuesta tiene varias interpretaciones; una de ellas, importante, hace percibir que ya todo está decidido, porque las instrucciones que deberá ejecutar en el futuro son inalterables, signadas con tinta indeleble por parte de sus patrones de la farándula.
Otra interpretación, acaso más sobria e inteligente, sugiere que para hacer política, verdadera política, no es necesario ser un erudito. Si este fuera el caso, Mayer tendría razón, pero el tufillo a porquería que despiden sus palabras nos instala en una realidad de a peso: Sergio nunca supo lo que dijo ni por qué lo dijo. Fue un lapsus, simplemente. No está capacitado políticamente para enumerar sus ventajas de asumir una comisión de gran importancia.
2)
La segunda situación es de un descaro increíble, donde se mezcla la imagen política del partido Morena con un sector de empresarios nuevos ricos, deseoso de seguir los pasos de la típica aristocracia analfabeta del país. Me refiero a la puntada de César Yáñez de invitar como padrino de su matrimonio, con una mujer acaudalada, nada menos que a Andrés Manuel López Obrador.
Y el futuro presidente no puso objeción. Asistió y abrazó a uno de sus colaboradores más importantes; se dejó retratar y echó dos que tres comentarios, típicos por el picante chistoso con que acostumbra salir airoso. Adiós austeridad juarista.
Ahí, López Obrador firmó como padrino de bodas, las chocó con muchos nuevos empresarios fifís de la ciudad de Puebla, participó del brindis general y, como es evidente, deseó dicha y prosperidad a este matrimonio que nada tiene que ver con las clases populares.
La parte estelar de este acontecimiento, que rebela la fragilidad clasista que tiene nuestro próximo presidente, consiste en no objetar la foto de César Yáñez con su esposa, aparecida en la revista Hola!, publicación preferida de la gente que desea hacer propaganda de su nueva posición en las filas de la burguesía, de estilo es semejante, por ser franquicia mexicana, de la revista Hola!, de España, donde todavía se dedican a cantar ridículas loas al dictador Franco y a los sectores más podridos de la derecha cuasi-fascista hispana.
César Yáñez, como comunicador que es, pudo haber evitado este absurdo error. Ahora sale a defenderlo el mismo Andrés Manuel y dicho que la ceremonia de matrimonio de César Yáñez con su cónyuge no fue un asunto oficial. De pasadita, lanzó algunas ironías (“no me casé yo”) donde buscó poner en ridículo a los que hemos observado con repudio y sospecha esas alianzas.

3)
Algunos creen que no pasa nada. Pero un servidor ya está consumiendo su creencia en la infalibilidad de López Obrador.

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