Sabino Luevano
La carava migrante y el pueblo bueno
Recientemente, en este mes de octubre del 2018, una caravana de inmigrantes centroamericanos llegó a la frontera sur de México. Anteriormente habían llegado a la frontera sur de Guatemala y rompieron el cerco policial. Las imágenes se viralizaron en México y pocos medios de comunicación se tomaron la molestia de aclarar que ese cerco policial no estaba en México, sino en Guatemala. Inmediatamente surgieron reacciones en contra de la caravana. Las posiciones variaban; desde personas que llamaban al orden y la legalidad, hasta nacionalistas y xenófobos furibundos. Incluso había racistas, que insultaban a los inmigrantes centroamericanos con todo tipo de adjetivos físicos y culturales.
La contra-reacción no se hizo esperar. Para poner un ejemplo muy personal, mi muro de Facebook se llenó de mensajes de apoyo a los inmigrantes de la gente progre de clase media del centro norte y norte del país, de donde provienen la mayoría de mis contactos. Muchos de estos mensajes expresaban sorpresa ante las reacciones de muchos mexicanos: ¿cómo era posible tanta xenofobia y racismo? ¿Qué México era aquel, mayoritariamente mestizo, y de pronto supremacista? Por cierto que muchos de estos progres de ocasión, en mi trato personal con ellos, en más de una ocasión expresaron desprecio por la gente del distrito federal, por la “gente del sur” o cualquier persona con fenotipo indígena.
Este ensayo no pretende ser abogado del diablo, sino desmitificar un mito común a la izquierda moderna: la idea de que el pueblo es bueno. También es un mito sugerir que el pueblo es eminentemente malo. La discusión más bien tiene que ir por el lado de la naturaleza: las multitudes tienen una naturaleza, y generalmente ven por sus propios intereses. Cuando el otro se ve como alguien ajeno y muy alejado de lo propio, parece ser una conducta reflejo la sospecha o el rechazo. Así está sucediendo en Europa con la llegada masiva de inmigrantes del África y Medio Oriente. El electorado europeo es cada vez más reacio a aceptar olas masivas de inmigrantes. Hemos visto el re-surgimiento de los partidos xenófobos en toda Europa que han sido votados por una mayoría, como en Italia. Hasta el momento Francia y España se salvan, pero en Austria ya ganó la extrema derecha y es muy probablemente que en Alemania se siga reforzando. En Europa del Este la situación es peor: Croacia, Hungría y Polonia tienen gobiernos, votados por la mayoría, abiertamente nacionalistas y xenófobos. En Estados Unidos, en cambio, Trump no ganó el voto popular, pero sí la mayoría del voto blanco, aunque hubo diferencias de edad muy claras. Al parecer los jóvenes blancos de ambos sexos no votaron en su mayoría por Trump. En cambio las personas de edad madura o avanzada, de ambos sexos, sí lo hicieron. Lo que vimos es que a la mayoría de los blancos de esas generaciones, el discurso xenófobo les atrae.
En un país como México, que nunca ha recibido masas de inmigrantes en su época moderna, se nos hace fácil criticar esta xenofobia. 5 mil hondureños nos demostraron que en realidad cualquier pueblo puede caer en una conducta xenófoba. Por más que una minoría de progres -entre los cuales me incluyo (pero un progre pesismista)- quiera darle lecciones de moral, altruismo, ética, feminismo etc., al pueblo, este es muy probablemente, que en situaciones como la que presenciamos, actúe de forma egoísta. Lo cual nos lleva a otro tema todavía más espinoso: el tema de la democracia.
En realidad el pueblo, la masa, en la formación de las democracias modernas no tuvo voz ni voto. Las democracias modernas surgieron porque un grupo de burgueses ilustrados buscó la manera de instaurar fantasías políticas ad hoc con sus intereses. Recordemos que en las primeras intentonas democráticas surgieron en la exclusión de la mujer o de ciertas razas o personas de clase baja. En Estados Unidos, por ejemplo, las mujeres, los pobres, y las razas de color no tuvieron voz ni voto en la formación de la democracia. Hoy en día las cosas están más equilibradas. En las democracias contemporáneas la mayor parte de la gente, siempre y cuando tenga ciudadanía, puede votar. Lo cual es bueno porque generaliza el derecho individual a decidir una forma de gobierno, pero también es problemático, ya que muchas dictaduras del siglo XX surgieron por vías democráticas. Esa es la contradicción esencial de la democracia. Por un lado, el proyecto tiene como fin romper con los privilegios heredados de una casta gobernante real, de tal forma que casi todos pueden votar y ser votados. Pero por otro lado, en la idea misma de democracia -poder al pueblo- se fundamenta la posibilidad de su fracaso: quiere decir que el pueblo, democráticamente, puede elegir su propio suicidio político. Y en este caso, ¿qué hacemos la minoría de liberales que llegamos a creer en las bondades intrínsecas del pueblo bueno, esa reserva inagotable de valores según el Peje?
En realidad la democracia moderna es muy frágil. Es un mero paréntesis en la historia de la humanidad y no el estadio evolutivo de procesos políticos. No estamos más evolucionados, como pueblo, que el pueblo de hace 300 años. A pesar de que sabemos que las enfermedades no las envía Dios y que la tierra gira alrededor del sol, los instintos siguen ahí: el instinto por preservar una idea de lo propio contra una idea de lo ajeno. Esta ha sido la fórmula política anti-democrática por excelencia: la utilizó Mussolini, Hitler, Franco, Pinochet, y ahora la utilizan Trump, Silvini y, en Latinoamérica, Bolsonaro. ¿Qué lección sacar de todo esto? Que el pueblo no funciona a la medida de nuestras fantasías liberales. Ni en las revoluciones comunistas ni en la revolución mexicana lo hizo. Basta leer Los de Abajo, de Mariano Azuela, para conocer la motivación general de muchos participantes en la revolución mexicana: el pillaje, el bandidaje, la sed de sangre, el relajo etc. Por supuesto que hay sectores más conscientes de sus luchas y derechos. Y cuando se trata de lograr beneficios particulares, la masa se adscribe mejor a programas políticos que podríamos llamar liberales. Pero cuando se trata de aceptar al otro, creo que hay que tener cuidado con la gente. Los peores instintos humanos no han desaparecido, sólo están esperando el momento para explotar. Y si la mayoría del pueblo quiere ser xenófobo y racista, como está sucediendo en Europa, ¿qué hacemos?