“DESPUÉS DE LA INUNDACIÓN”
Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
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Estando sentada sobre aquel sillón viejo, Angelina podía sentir los resortes bajo sus muslos y algunos punzando su espalda, pero eso no le importó, el viejo sillón aún seguía conservando ese vaivén que tanto le gustaba y que la arrullaba en sus días. La vieja casona estaba en venta, pese a su voluntad, sin embargo, los requerimientos para mantenerla vigente rebasaban por mucho sus capacidades financieras y también sus capacidades anímicas, además la casa se vendería rápido y todo habría terminado. En realidad, aquella historia duró poco, en ocasiones llegó a pensar que todo había sido solamente un sueño, o una pesadilla, según sea el punto desde el cual se analice.
La gente dudaba de su historia, nunca la habían visto acompañada, tan solo por su siempre soledad, ella hablaba de él, pero él nunca tuvo nombre, siempre era él y los ojos se le llenaban de vacío cada vez que lo nombraba. El contrato de compraventa contenía dos firmas, la de ella y la de él, pero, la inundación, que terminó inundando todo y llevándose todo lo que no estaba fijo, terminó borrando el nombre de él. Cuando Angelina regresó de su largo viaje, viaje que según ella hizo con él, regresó sola y nunca más lo volvió a mencionar. La casa estaba llena de lodo, lodo seco que nadie retiró por tratarse de propiedad ajena y las leyes castigaban duramente la invasión de propiedad privada, bajo cualquier circunstancia, por tanto, los vecinos dejaron que el agua y el lodo se sintieran como en su casa. Después de la limpieza la casa estaba mucho mejor que lo que se pensaba, solo ese olor a húmedo que Angelina nunca pudo soportar, pese a eso inhaló fuertemente, se llenó los pulmones de ese moho que sana y sus labios se llenaron de sabor a lama. La inundación que ella había vivido había sido más devastadora, su propia inundación no olía a humedad, olía más bien a alivio.
Angelina se levantó, muy a su pesar, del viejo y descolorido sillón, testigo que se había mantenido en pie en todos los malos tiempos, y también durante la inundación. Abrió todas las ventanas para que circulara el aire nuevo y no fuese a espantar a los posibles compradores, salió y caminó. Angelina era despistada, veía sin ver, oía sin oír, siempre absorta en sus diálogos internos y sus propias visiones de la vida. Ese día salió de su conversación privada y caminó por las calles de esa ciudad sin saber cuánto tiempo más pasaría antes de regresar ahí-
Caminó mucho tiempo, a veces contando las losas de adoquín regular que pisaba, las contaba una por una, o de dos en dos, si perdía la cuenta volvía a empezar, así hasta que se aburría y buscaba otro pasatiempo, todo con tal de permanecer fuera de ella, no tenía intención de volver a su eterna conversación interna. Se sentó en un café y pidió un té… llamó al mesero, canceló y pidió una copa de tinto, la conciencia exterior merecía ser celebrada con una copa, no muy bonita, por cierto, casi llena de tinto, el “casi lleno” de la copa le pareció de mal gusto, sin embargo, el aire cargado de positivismo que respiraba le hizo olvidar el hecho, en otro tiempo se hubiese enfrascado en lo bonito que sería tener una copa propia de tinto servida como las reglas mandan. Bebía tranquilamente mientras contaba los clientes que entraban y salían…
Ahí estaba Angelina, poniendo a secar bajo el vientecito de la serenidad los estragos de inundaciones pasadas. Se sentía feliz y confiada, de repente la gente había empezado a creer en la historia sobre “él”, aunque nunca lo hubiesen visto, el hecho de manifestarse fuera de ella le ayudó a compartir su mundo con los demás.
Al salir del café Angelina sintió una suave brisa rosando su rostro, era una brisa que venía de tiempos viejos, era la brisa de lo que llaman el amor de la vida, a veces tan platónico que adquiere matices sagrados, se sintió viva, de repente una ligera punzada en el corazón le hizo ubicarse en esa realidad recién recuperada, aquella brisa iba acompañada de otra, de otra con la compartía el mismo rumbo. Angelina sonrió, era reconfortante saber que los vientos amados del pasado no vuelan solos, sino entonando una armoniosa melodía cuando chocan entre sí. Se sintió totalmente libre de humedad.
Final sabiendo que después de la inundación…. Se seca todo.