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8M
Por: Jenny González Arenas

Este 8 de marzo será diferente. La violencia, la discriminación, la desigualdad no han disminuido, por el contrario, la situación se agudiza derivada de la pandemia.
Será un día muy diferente al del año pasado, porque son muchos los logros que no podemos contar y muchos más los retos que tenemos que enfrentar.
Una situación de salud, que parecía ser temporal, ha llegado para quedarse e impactar de manera negativa en los pocos avances que se habían iniciado en materia de igualdad. La población se vio confinada en sus hogares y, con ello, se acrecentó el nerviosismo, los círculos de violencia no se han roto y, por el contrario, situaciones que parecían comenzar a erradicarse se acrecentaron porque las puertas cerradas y el distanciamiento social pusieron las condiciones para que la violencia y la discriminación tuvieran el caldo de cultivo perfecto para crecer.
En materia familiar, muchas mujeres se vieron encerradas con su agresor, las familias completas entraron en un circulo de estrés y violencia que ha echo muy complicada la pandemia, a lo que podemos agregar factores como económicos, sanitarios, educativos, que han provocado el incremento de la violencia intrafamiliar.
Pero en lo laboral, se ha desarrollado otro fenómeno de violencia que no se ha visibilizado aún, pero que va a sorprender de manera negativa una vez que el velo del aislamiento social deje de cubrir todos los espacios laborales.
Muchas mujeres han perdido su empleo y, muchísimas más, han visto incrementada de manera desproporcionada su carga de trabajo, tanto en el hogar como en sus centros laborales, porque el estar fuera del espacio de trabajo hace imposibles las comparaciones y, con ello, la oscuridad permite que los modelos de opresión a las mujeres se reproduzcan, dirigiendo la carga de trabajo a las mujeres so pretexto de que, al menos a decir de las autoridades, la carga sería igual para hombres y mujeres, cuando no lo es de facto.
Muchas mujeres no tienen forma de comparar o demostrar qué hay hombres dentro de su centro de trabajo que tienen una menor carga de trabajo y ganan más, porque el patrón sabe que todos están en su casa y no hay manera de comprobar que la carga de trabajo para las mujeres ha sido superior y los salarios siguen siendo menores.
Y si a todo lo anterior le agregamos la falta de políticas públicas acorde a la realidad en la que ahora nos encontramos, en donde los niños están en su casa estudiando y son, precisamente muchas mujeres, quienes se han convertido en las auxiliares educativas de las maestras y maestros, a pesar de tener trabajo en casa y labores domésticas que realizar y, muchas de ellas, solas, entonces el trabajo se multiplica y se acrecienta la desigualdad.
No se trata de ponernos en el papel de víctimas, sino de visibilizar una problemática que puede o no estar asociada al género, pero que ha complicado la vida de muchas mujeres y hombres en esta nueva realidad, porque tampoco podemos negar qué hay hombres solos, al cuidado de sus hijos que también puedan enfrentar problemáticas similares.
Un año más, no tenemos nada que festejar, por el contrario, mucho que reflexionar en todo lo que se ha retrocedido en materia de equidad de género a causa de la pandemia, pero, sobre todo, más trabajo pendiente para toda la sociedad que, lejos de respetar las normas de sana distancia, nos hemos convertido en islas, situación que favorece al opresor, ya sea el patrón o el político, porque la sana distancia no es una medida de salud, sino de control, que opera de forma negativa en contra de la sociedad.
El reto es grande, todavía mayor que en años anteriores, porque la sociedad se tiene que reconstruir después de una pandemia y el tejido social tiene que fortalecerse.