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Cultura para inconformes
David Eduardo Rivera Salinas
Somos lo que recordamos

No deja de sorprender el empen~o que ha puesto la sociedad en los u´ltimos tiempos por desacreditar la memoria e insistir en que, dado que la restitucio´n de cualquier realidad pasada es imposible, la desconfianza que debe merecernos el mero intento de volver a ella es absoluta. Todos sabemos adema´s por propia experiencia que cada vez que alguien cuenta la misma ane´cdota introduce cambios pues no somos capaces de evocar el mismo acontecimiento del pasado con exactitud en momentos diferentes. Es un hecho que ha contribuido a la enorme confusio´n reinante en relacio´n a la fiabilidad o confianza en la memoria, hasta considerarla la mayor de las mentiras, porque presume de pasar por verdad sin serlo. Pero resulta que la memoria es uno de los mayores misterios de la biologi´a y de la psicologi´a y entender co´mo lo vivido queda registrado en nuestro cerebro sigue desafiando a la ciencia, porque, en el fondo, lo que la memoria hace es algo tan fascinante como detener el tiempo, fragmentarlo en ima´genes llenas de emociones y sentimientos y construir historias que acabara´n definiendo a una persona con una identidad y una biografi´a.
Nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, no es sino la historia que vamos construyendo mientras nos debatimos entre la fugacidad temporal y los esfuerzos de nuestra memoria por neutralizarla. Somos seres con la necesidad de fijar como sea lo vivido, atraparlo, retenerlo, si queremos entender quie´nes somos y co´mo hemos llegado a serlo. Porque somo memoria, somos lo que recordamos, y eso significa que el pasado, el tiempo vivido, la experiencia acumulada se enlazan con nuestras expectativas y nuestros planes para orientar nuestra conducta, en el marco de una cultura, de un tiempo y un espacio, el que nos ha tocado vivir. Podri´amos decir que tanto biolo´gica y psicolo´gica como culturalmente estamos hechos para guardar lo vivido, para recordar- lo bueno y lo malo, lo alegre y lo triste- y usarlo como salvaguarda frente a los avatares de la aventura inexplorada y misteriosa de la vida.
La memoria no es un o´rgano sino una funcio´n del cerebro humano que no esta´ disen~ada para registrar copias isomorfas de la realidad, sino para dotar a las personas del conocimiento necesario sobre si´ mismos y sobre su mundo con independencia de la complejidad que encierra. Si vivie´semos en un mundo inconmutable, no necesitari´amos sistemas de memoria tan desarrollados como los que tenemos, y por lo tanto no es funcio´n de la memoria restaurar realidades sino vivencias. De los tipos de memoria que se reconocen, es la memoria autobiogra´fica -un logro evolutivo exclusivamente humano- de la cual depende nuestra conciencia de ser lo que somos; de modo que, frente a las ideas deslegitimadoras de su muy relativa utilidad al ser una herramienta mental supuestamente repetitiva y acognoscente, gracias a la memoria autobiogra´fica la vida de los seres humanos dispone de un sentido y un propo´sito, es decir, constituirse en una existencia singular, u´nica e irrepetible.
Lo que la memoria guarda no se pierde jama´s, el olvido no es ma´s que una ausencia, muchas veces inoportuna, que oculta temporalmente aquello que escapa a la memoria, pero que no lo borra jama´s; si lo hiciera, el olvido seri´a una tragedia para la supervivencia; por eso, recordar es volver a vivir y olvidar es dejar de hacerlo. Si alguna de nuestras funciones puede ser digna de convertirse tanto en sujeto como en objeto de una reflexio´n apasionante debido a la complejidad de su actividad, esa es la memoria, la llave maestra de nuestra identidad, la u´nica capaz de actuar directamente en la compleja tarea mental de ser lo que somos; por ello, comprenderla mejor es comprendernos mejor a nosotros mismos porque, sin duda, somos lo que recordamos.