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Carlos, el silencio de no encontrar tu voz en ninguna parte es ensordecedor
Tu hermana Verónica Arredondo

Hace no tanto tiempo Zacatecas era un lugar seguro para vivir. Actualmente nuestra tierra aparece en los noticieros, en las redes sociales, en diversos medios de comunicación, muchas veces por los hechos violentos que arrollan nuestra cotidianidad. Aunque de pronto sentimos un cierto respiro y parece que el tema de la seguridad avanza, la tranquilidad se ha convertido en un cuento y una añoranza. La violencia que impera repercute en otras instancias, en la economía, en nuestro desarrollo social y cultural, en la educación, hasta en la forma en que nos relacionamos con nuestros semejantes. ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Cuándo saldremos de esta situación?

Hemos estado viviendo dentro de un ecosistema en el que la violencia, el crimen, los asesinatos, la corrupción, nos han estado minando para convertirnos en una comunidad muchas veces desesperanzada. ¿Cómo funciona este escenario criminal dentro de nuestra estructura social? Tenemos miedo. Caminamos con miedo. Despertamos con miedo. Somos incapaces de emprender cualquier idea que se nos ocurra, -lo digo en general-, porque el hecho de que existamos inmersos dentro de un ambiente en que gobierna la violencia, nos hace perder la energía que podríamos invertir en alcanzar una meta, un objetivo.

Hace dos años mi entorno familiar sufrió una gran pérdida, mi hermano Carlos fue asesinado. Su familia, nuestra familia, su esposa, hija e hijo, mi mamá, papá, hermanos, quedamos destrozados. Un pedazo de nuestra alma se fue con él. No nos hemos recuperado y nunca lo haremos, porque, no es como que ocurra un hecho tan grave y tiempo después podamos retomar nuestro día a día, ¿quién podría hacerlo?, ¿quién se podría despertar y hacer como si nada hubiese pasado? Es realmente duro vivir con la experiencia terrible de perder a uno de los tuyos por un suceso inédito.

Hasta el día de hoy, este caso siniestro, salvaje, deshumanizado, continúa sin respuesta y mucho menos solución. Desconocemos si hay avances, si algún día conoceremos la verdad, o si se encontrará y castigará a los culpables. En materia de justicia, en el estado de derecho en el que se supone nos desarrollamos, nos encontramos desamparados. Saber la verdad de los acontecimientos es importante no porque eso nos vaya a devolver a Carlos, sino porque es justo y es una necesidad de familiares y amigos.

Mi hermano Carlos era un buen ciudadano, alguien que cumplía sus deberes, cuidaba de su familia, contribuía a su entorno social; un ciudadano común que hacía cosas comunes. Era un ser humano extraordinario. Era un padre amoroso y que procuraba el buen crecimiento y desarrollo de sus hijos. Como hermano de verdad que desearía que más gente tuviera un hermano como él. Nunca escatimó su ayuda, colaboración, consejo. También sé que como amigo era de esos amigos indispensables. Podría escribir cientos de palabras, de adjetivos, contándoles sus cualidades. Carlos también era falible, por supuesto. Tenía sus defectos, pero, nadie tenía el derecho a quitarle la vida de una manera tan vil.

Todos los días que despierto lo pienso. Hay un dolor agudo en alguna parte de mi cuerpo. Comparto ese dolor con mi mamá, mi papá, mi hermana y hermanos, su esposa, sus hija e hijo, comprendo lo que les pasa porque me pasa a mí misma. El silencio de no encontrar su voz en ninguna parte es ensordecedor. No lo voy a volver a ver, ya no habrá bromas entre nosotros ni abrazos ni conversaciones. Es tan dura la muerte de un ser querido, de cualquiera de sus formas. Que te asesinen a un hermano es inexplicable. No hay forma de entender el hecho, de contar las cosas que van ocurriendo día con día. Quizá yo, la familia, no volvamos a estar bien y guardemos el recuerdo hasta que a cada uno le llegue el turno de cerrar los ojos.

Yo sé que muchas y muchos de ustedes, lectores, amigas, amigos, me entienden. Sé que me entienden por un hecho que no me gustaría que hubieran experimentado. Me entienden porque en Zacatecas las familias aún nos sentimos desamparadas y es probable que nos arrebaten a un ser querido. Nos enfrentamos ante el crimen. Nadie debería de perder a un hermano de la forma en que yo lo he perdido. Nadie debería vivir con rabia y tristeza.

Ya lo he dicho antes: ojalá no tuviera que escribir estas palabras, porque eso significaría que estás vivo.

Hace dos años mi hermano Carlos Arredondo Luna fue asesinado. Su crimen sigue impune. La realidad continúa su curso: Hay más pobreza en este país; hay más violencia; hay menos empleo; el cambio climático causa estragos para la mayoría de la población. Carlos no está, no puedo comentarle los pormenores a él. No puedo charlar sobre lo que pienso de la vida. Ninguno de mis logros y mis fracasos será respaldado o vitoreado por mi hermano.

Esto que ocurre en Zacatecas debe ser una epidemia, una epidemia social, sistémica, porque no es común lo que vivimos. La violencia que aún sigue imperando no encuentra respuesta por parte de las autoridades, es como si el Estado estuviera operando un gobierno fallido. No me atrevería a responsabilizar a nadie de la ola criminal que nos azota, pero las instituciones deberían estar cumpliendo con las tareas que tienen encomendadas, de corto, mediano y largo plazo, para eso fueron elegidas y designadas.

Abrazo a todos mis coterráneas y coterráneos que han sufrido la pérdida de un hermano, algún familiar por actos violentos. Me solidarizo con mi gente, con mi tierra.

Cada muerte es un fin del mundo.