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Cultura para inconformes..
David Eduardo Rivera Salinas
La sorpresa de la sorpresa…
Algunos autores cla´sicos escribieron en distintas obras que el principio de toda indagacio´n sobre el mundo era la admiracio´n. Aristo´teles, por ejemplo, en La Metafi´sica afirmaba que los seres humanos comenzaron a filosofar movidos por la admiracio´n ante los feno´menos sorprendentes. Esta es una afirmación que, incluso hoy en día, puede resultar cierta, pues de acuerdo al enorme avance tecnológico que experimenta la sociedad global, donde realmente nace cualquier investigacio´n es en nuestra admiracio´n y no hay recurso tecnolo´gico alguno, por sofisticado que sea, que pueda reemplazarla. Afirmacio´n que ahora puede ser complementada con una tesis aún más fuerte, pues aunque el detonante de cualquier genuina investigacio´n sea la sorpresa, no es la simple admiracio´n la que nos mueve a indagar, a investigar, sino aquella que nos sorprende y que demanda nuestra comprensión.
Visto así, las sorpresas están omnipresentes en nuestras vidas; son una especie de mini sobresaltos, micro tomas de conciencia que nos sacan del orden, de la rutina, de la costumbre o del aburrimiento. Nos convierten en personas sin pretensiones, abiertas, que asumen el riesgo de no saber, de perderse, de ser privadas de nuestras seguridades, de colapsar en nuestro centro más íntimo, de vagar por el inmenso océano de la incertidumbre. Por ello, las sorpresas, pequeñas o grandes, nos enfrentan a lo incomprensible e imponen la ausencia de sentido, aunque signifique arrebato, vértigo, desesperación. Aunque quizá lo realmente sorprendente es que la sorpresa es una cuestión que apenas ha requerido nuestra atención: la vemos demasiado ordinaria y anecdótica, mínima.

Tal vez por ello debamos reflexionar un poco más sobre esta emoción primaria; aunque también sería recomendable pensarla nuevamente desde sus orígenes filosóficos, como lo hace una sorprendente filósofa de la Universidad París Nanterre, de nacionalidad francesa y que recientemente estuvo en México para dictar una conferencia con la que ha sorprendido a un amplio auditorio universitario.

Natalie Depraz presenta una idea radical: la sorpresa, lejos de estar reservada al sujeto (que es sorprendido) o limitada al objeto (que es sorprendente), radica en una dinámica, en una correlacion, en una dialéctica. No es sólo un instante sino un proceso, inscrito en el tiempo. Esta dinámica, apoyada en sus estructuras vivenciales, la atención y la emoción, le confiere un contenido filosófico específico. El sujeto es pensado así como un nuevo centro para pensar la unidad de la experiencia del sujeto mismo. La sorpresa, la atención y la emoción forman parte de nuestra cotidianidad de tal manera que las damos por sentadas, no cuestionamos su importancia; pero esta idea pretende hacer tomar conciencia de que la sorpresa constituye una cuestión fundamental.

La sorpresa nos hace salir de nosotros mismos, obligándonos a enfrentar la alteridad. La del otro, por supuesto, pero también la de ese otro más íntimo al que, a menudo, sólo conocemos muy poco. Alteridad que es precisamente la de nuestro propio ser temporal -en parte ya transcurrido, convertido en pasado-, pero sobre todo, el que en todo momento está por llegar: el futuro, desconocido aún y, por lo tanto, sorprendente.