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Beatriz Pagés

SEGÚN LAS ENCUESTAS: LA CIUDADANÍA ES TONTA

Las encuestas se han vuelto un obstáculo para la democracia. Muchas de ellas han dejado de ser un instrumento objetivo de medición de opinión pública para convertirse en un negocio económico o político. Ya no reflejan tendencias sociales sino las preferencias de grupos de interés.

No se trata de descalificar a las que dan por ganadora a la candidata de Morena Claudia Sheinbaum o de aplaudir a las que pronostican el triunfo de Xóchilt Gálvez. No, el problema es más profundo.

La enorme disparidad que hay entre las que dan a Sheinbaum 24 o hasta 30 puntos por encima de Xóchitl y las que señalan una distancia de apenas 8 puntos entre las dos, es señal de que el rigor ético y metodológico ha sido derrotado por el interés comercial.

Una metodología frágil resta confiabilidad a una encuesta, pero más crédito pierde cuando se convierte en un claro instrumento de propaganda política. Si hoy las casas encuestadoras – como se ve- han decidido tomar partido que digan con toda claridad de qué lado están para no engañar al electorado.

La reciente encuesta de Reforma que da prácticamente a Sheinbaum como triunfadora cuando sólo encuestó a mil adultos, con una tasa de rechazo de 47% por ciento, obliga a preguntar: ¿Por qué o para qué publicar una encuesta que carece de rigor y de representatividad?

La respuesta es obvia: hay la intencionalidad política de hacer creer al electorado que el resultado está decidido. De inhibir el voto opositor -como sucedió en el Estado de México-, de desalentar la participación y de que el abstencionismo siga siendo el partido mayoritario.

Sheinbaum y Morena ya se dan por ganadores, han paseado por todo México la encuesta de un medio de comunicación considerado, otrora, como su enemigo, pero en el 43% por ciento que rechazó la encuesta está su criptonita. Significa que cuando las personas ocultan su voto es porque van a votar en contra del partido en el poder.

Cuando este tipo de encuestas dicen que el 73 por ciento de la población aprueba la forma como López Obrador está gobernando, que Morena y sus aliados van a ganar el Congreso y que los ciudadanos prefieren que no haya contrapesos, dan a entender que los ciudadanos somos tontos. Son encuestas que faltan el respeto a la inteligencia de los mexicanos.

De acuerdo a ese porcentaje hay una sociedad sorda, ciega y privada de sus facultades mentales. Ajena al infierno de violencia que hay en el país, indiferente a la corrupción y a la destrucción generalizada de la nación y de sus instituciones.

Son encuestas que buscan volver invisible a una ciudadanía que lleva tres años llenando calles y plazas públicas para defender la democracia y la división de poderes. Que ha cambiado el marcaje del ánimo y la conversación social, que está consciente, como nunca lo ha estado, de que el país puede caer en una dictadura si gana Morena la presidencia.

Las encuestas al servicio del oficialismo ocultan lo esencial. Habría que preguntar a los mexicanos si están de acuerdo con que se instale en el poder un narco Estado o que el crimen organizado imponga- como ya lo hace -candidatos, o que financie - con la tolerancia del régimen- las campañas presidenciales.

Si se trata de utilizar las encuestas como un instrumento de propaganda, habría que aplicarlas también para poner a salvo la democracia.

Las encuestas tienen hoy un papel muy importante en el futuro de las libertades. Son constructoras de percepciones y hoy muchas de ellas se han convertido en colaboracionistas de un proyecto despótico.