El comienzo del mundo al revés.
Lucila Noemí
¿Sabías que antes del 1600 las Mujeres Occidentales daban a luz en cuclillas, sentadas y de pie?
Esto cambió cuando el rey Luis XIV de Francia dispuso que para poder él presenciar el nacimiento de sus hijos, sus mujeres debían dar a luz acostadas.
Aunque esa postura hace más difícil y doloroso el parto, pronto se generalizó, y los médicos franceses tuvieron que inventar los fórceps para evitar algunas de sus consecuencias. En poco tiempo se multiplicaron los instrumentos obstétricos, y se llegó a creer que el parto siempre era una urgencia que exigía atención médica para que fuera sin complicaciones.
Cada vez se populariza más la idea de que la mujer debe guiarse por su propio instinto en lo que se refiere al parto. El número de futuras madres que optan por el parto natural -entendido como aquel parto en el que la intervención externa es la mínima posible- va en aumento.
El obstetra francés Michel Odent, uno de los defensores más notables del parto natural, afirma que la parturienta no debe atenerse a ninguna regla, sino obedecer a su instinto, que la hace experta en dar a luz. Odent daba a sus pacientes entera libertad para proceder como quisiesen, e incluso les permitía sentarse en una tina de agua tibia para aliviar el dolor de las contracciones uterinas. De ahí surgió la idea del parto en agua.
Los conocimientos actuales de fisiología han demostrado que el parto vertical -de pie o en cuclillas- permite que el nacimiento del bebé sea más rápido y menos traumático. Sin embargo no existe una postura universal para dar a luz. En las comunidades más primitivas, las parturientas primerizas se guían por el consejo de mujeres más experimentadas.