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“A LOS HOMBRES… QUE CONOCÍ” segunda parte

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

He conocido muchos hombres maravillosos y de todos tengo muchas cosas que contar, todas enriquecedoras, un hombre maravilloso siempre enriquece… bueno también los hombres nefastos enriquecen… de todo y de todos se aprende en esta vida. Continuaré pues con la segunda parte, continuaré platicando de este segundo hombre.
Corría el año 1997 o 1996 o 1998 la verdad no me haga mucho caso… y mi sobrino mayor también corría, en una carrera organizada por su escuela, era un domingo bonito, de esos domingos llenos de Sol en lo que te sientes relajado y sin tanta cosa que hacer, parece broma, pero a veces los domingos en lugar de ser días relajados son días en los que aprovechamos para hacer aquello que no pudimos hacer entre semana, y entre esto no incluyo el “relajarse”.
Pues bien, le contaba a usted que mi sobrino participaba en esa carrera. Mi padre y yo fuimos a echarle porras, y dicho sea de paso, este día es uno de los días en los que tengo más fresco el recuerdo de mi papá, de esos días en los que el tiempo parece congelarse en tu memoria y puedes recordarlo y revivirlo, puedes transportarte y hasta puedes oler a lo que olía el aire y puedes oír tu corazón latir como cuando late de verdad, cuando tu corazón late… de corazón.
Terminó el evento deportivo, y ahí estaba, parado afuera de la Acrópolis, tranquilo, observando como escribiendo con la mirada, portaba su sombrero. Mi padre me dijo: Es Roberto Cabral del Hoyo, la verdad nos parecía extraño que estuviese solo y esperamos prudentes unos minutos, y antes de que alguien nos ganara la partida nos acercamos a él y como si fuésemos viejos amigos lo saludamos, él volteó sonriendo como si nos reconociera, como cuando ves a un amigo que hace tiempo no saludas y te da mucho gusto volver a encontrarlo. Justo así nos saludó Don
Roberto, mi padre no dudó y lo invitó a desayunar, yo no creí que fuese a aceptar, sin embargo y sin pensarlo dos veces dijo si, con la naturalidad y la frescura que se da entre amigos.
Nos sentamos en una mesa, de esas que dan a la calle, aun no se abría la circulación vehicular y la calle seguía siendo transitada tranquilamente por personas, con esa actitud relajada que tan pocas veces puedo percibir. Ahora
entiendo que la atmósfera que flotaba en ese momento era diferente, no era la común, ahora que regreso a ese ayer puedo ser consciente de ello. Desayuné junto con Don Roberto y con Don Benjamín, mi padre, sentía que en cualquier momento mi corazón se saldría y se recargaría en el hombro de Don Roberto, mi lagrimal se secaba dada la rotunda
negativa de mis ojos a parpadear.
Don Roberto hablaba, platicaba, compartía. Mi padre que era un gran conversador se mantuvo en silencio,
¡caramba, hasta ahora soy consciente de este encantador detalle! Más me sorprendí cuando compartió duros
momentos personales y familiares, en este momento sus ojos se llenaron de recuerdos y su mirada se perdió, como
buscando, sus ojos adquirieron ese color que da la resignación provocada por el dolor más profundo.
Yo que amo escribir, que podría pasar las horas de mi vida escribiendo, yo que cuando escribo me vuelve el
alma al cuerpo, compartí el pan con uno de los más grandes exponentes de la poesía mexicana moderna, ahora que
recuerdo es momento mágico no puedo evitar escribir estas líneas con los ojos mojados y por ende mi vista es borrosa.
Mi padre estaba a mi izquierda, yo estaba sentada junto a la venta y frente a mí el maestro, conversando sin parar. Por
supuesto salió a la luz López Velarde, yo le comenté que tenía un disco con sus poemas musicalizados de una forma
muy respetuosa, él me pidió una copia y me invitó a visitarlo en su departamento de la González Ortega, me lo dijo de
todo corazón, me invitó a su casa… yo me quedé con la copia del disco que le hice… nunca tuve el valor de visitarlo y
créame usted, de pocas cosas me arrepiento en la vida y esa es justo una de esas de las que si me arrepiento.
Él me dijo una de las frases que más se me han quedado tatuadas en mi vida, para bien o para mal, pero antes
de compartírsela me gustaría enmarcarla con este párrafo de su poema “Ciudad Natal”, del apartado dedicado al
Santuario de la Bufa:

Desde el recio perfil de la montaña,
a la vieja ciudad de maravilla

hace siglos protege y acompaña
en el oro del sol, una capilla.

Don Roberto Cabral del Hoyo me dijo: “Zacatecas es una ciudad que nunca se puede dejar, aunque quieras
alejarte, siempre regresas”. ¡Cuánta razón tenía Don Roberto!
Final lloroso anhelando haber hecho una visita y lamentando, nunca haberla hecho, a su memoria don
Roberto.

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