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A UN AÑO DE LA POLARIZACIÓN
Por: Arturo Nahle G.
El lunes se cumplió un año de que López Obrador ganó la Presidencia con más de 30 millones de votos. Ganó en 31 de las 32 entidades federativas, ganó mayoría en las dos Cámaras, pero también ganó la animadversión de los 25 millones de mexicanos que no votaron por él y de los sectores a los que ha afectado en los siete meses que lleva gobernando.
Los que perdieron todo el día lo atacan fundamentalmente en las redes sociales, lo acusan y lo critican de todo, diga lo que diga y haga lo que haga. Como decía el clásico: “No hay nada que les embone”.
Pero los que ganaron todo el día lo adulan, diga lo que diga y haga lo que haga. Es en las benditas redes sociales donde podemos ver lo dividido, lo polarizado y confrontado que quedó el país hace exactamente un año.
Los adversarios -bautizados como Conservadores o Fifis- dicen que las cosas van muy mal, que su centralismo y los recortes presupuestales le han pegado a los Estados, municipios e incluso a los pobres. Que la economía está estancada, que hay subejercicios, que se han perdido empleos, que ha crecido la inseguridad, que los programas sociales son electoreros, que maneja el encono y el miedo como instrumentos de gobierno, que su equipo no tiene capacidad ni experiencia, que hay mucha improvisación, que no reconoce nada porque siempre dice tener otros datos, que las consultas a mano alzada son una farsa, que fue un error cancelar el aeropuerto de Texcoco y es una necedad hacer una Refinería, el Tren Maya y un aeropuerto en Santa Lucía.
También lo acusan de mentiroso porque calumnia pero no prueba nada, que es soberbio porque se fue a vivir al Palacio, que es un mañoso porque para no tratar lo profundo nos distrae con nimiedades como vender el avión presidencial, cerrar los Pinos y desaparecer el Estado Mayor; que destruyó la Reforma Educativa pero no construye nada, que sigue en campaña dividiéndonos en lugar de unirnos. En síntesis, que la Cuarta Transformación es pura propaganda.
Por su parte los llamados Chairos aplauden su cercanía con la gente, su arrojo y capacidad de trabajo, que está combatiendo la corrupción, que gracias a la austeridad ya no hay frivolidad, abusos o privilegios en el gobierno, que hay recursos como nunca para los grupos marginados, que se eliminó el intermediarismo, que hay un presupuesto con equilibrio fiscal, que sacó adelante el T-MEC, que ya tienen acceso a la seguridad social las trabajadoras del hogar, que con la reforma laboral ya hay democracia sindical, que ha respetado la autonomía del Banco de México, que se incrementaron los salarios mínimos, que no es dogmático sino pragmático, que está cumpliendo todo lo que prometió y que fue un acierto no confrontarse con Trump.
¿Quién tiene la razón? ¿Los que dicen que todo va bien o los que dicen que todo va mal? ¿Los que han estado, están y seguirán estando a favor del Presidente o los que han estado, están y seguirán estando en su contra?
Yo creo que nadie tiene la verdad absoluta, pero por salud mental prefiero quedarme con lo bueno: no han aumentado los impuestos ni se han creado nuevos, no ha crecido la deuda pública, ha bajado la inflación, no ha subido la gasolina, el gas y la electricidad; creció 4.5% la recaudación fiscal, ya no tiene seguro de gastos médicos la alta burocracia y ya no se le paga pensión a Salinas, Fox y otros personajes de triste memoria; creció 7% la inversión extranjera y un 9% nuestras exportaciones, se redujo en un 94% el huachicol, creció el índice de confianza del consumidor, crecieron las reservas y también las remesas, se redujo a la mitad el gasto publicitario del gobierno, no ha habido devaluación de nuestra moneda y la Bolsa de Valores ha aumentado un 3%.
También es innegable que a una gran velocidad AMLO ha sacudido las políticas tradicionales, ha reavivado el debate público y ha demostrado que tiene capacidad para destruir un régimen anquilosado, habrá que ver si tiene capacidad para construir uno mejor. Es muy pronto para juzgarlo.