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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

El amor por las cosas…

La riqueza daña la inteligencia,
como un manjar demasiado fuerte
adormece hasta el ojo más despierto.
El primer efecto de un excesivo amor a la riqueza
es que perdemos nuestra personalidad.
Somos más personas cuanto menos amamos las cosas.

Vitaliano Brancati

Sólo conozco la paz cuando mis ambiciones se adormecen.
En cuanto se despiertan, la inquietud regresa.
La vida es un estado de ambición.
E.M. Cioran

El primer efecto de un amor excesivo a la riqueza es la pérdida de la propia personalidad. Se es tanto más persona, cuanto menos se aman las cosas.

Esto se conoce como el Síndrome de los Hermanos Collyer: Homer y Langley, acumuladores compulsivos que se encerraron en su casa de la Quinta Avenida de Nueva York, en la década de los años cuarenta y que llenaron de 200 toneladas de objetos hasta lo inverosímil: catorce pianos, decenas y decenas de gramófonos, máquinas de escribir, juguetes, carritos de niños, cajas, discos, periódicos, maquinas de rayos X, barriles, bustos, lámparas, ropa, libros, toneladas de periódicos y de comida y muchas cosas más; sellaron las puertas, instalaron trampas para impedir la entrada de personas y allí murieron de hambre y sed, ahogados, obsesionados por las cosas.

Existe una novela que describe esta situación, obra del escritor Giovanni Carmelo Vega, titulada así simplemente Las Cosas, cuyo terrible final muestra al protagonista, sintiendo que muere, sale al patio y se pone a matar a golpes a sus pavos gritando: mis cosas, ¡ vengan conmigo!

También el escritor y crítico social norteamericano Edward Lawrence Doctorow escribió una novela llamada Homer & Langley, dedicada a los hermanos Collyer, que narra precisamente este extraño pero extenso amor de muchas personas por las cosas materiales.

Yo creo simplemente –como lo describió el escritor italiano Brancati-, que quien ama demasiado las cosas materiales, pierde su personalidad, su mente se ciega y su corazón se endurece.

Hay un Salmo muy interesante en la Biblia (Salmo 115, 8), que señala que quien adora al ídolo se le semeja, es decir, se transforma él mismo en oro  o en piedra; y por eso seguramente, San Pablo afirmaba que el apego a la riqueza es, precisamente, idolatría.

Pero alguien mucho más trascendente lo dijo así: no acumulen tesoros en esta tierra, donde los ladrones roban…acumulen mejor tesoros en el cielo, porque donde se encuentre su tesoro, allí también estará su corazón (Jesucristo).

Ya en el siglo I, el escritor griego Plutarco, afirmaba que la bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre, pero el oro no apaga jamás la avaricia.

Por eso, es mejor invertir en recuerdos que en poseer cosas. La gente que tiene muchas cosas, no recuerda nada, ni siquiera de dónde las obtuvo; mientras que las personas que conservan recuerdos, no necesitan de muchas cosas.

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