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Caravana migrante.
Por: Jenny González Arenas
México se ha caracterizado a lo largo de su historia por ser un país con una tradición de fraternidad ante poblaciones y personas que tienen que abandonar su lugar de origen por diversas razones, ya sea políticas, sociales, bélicas, desastres naturales, entre otras muchas causas.
Ante situaciones de adversidad, el gobierno y el pueblo mexicano siempre ha mostrado solidaridad con la población de otras naciones que sufren adversidades. No fue sino hasta el endurecimiento de las políticas migratorias de Estados Unidos que México se convirtió en el policía de la frontera de aquel país, endureciendo sus propias políticas migratorias para que los centro y sudamericanos no pudieran llegar a Estados Unidos.
La pregunta es: ¿vale la pena que nuestro país se convierta en un guardián de una frontera que no es la suya a cambio de fortalecer sus relaciones con un país que no se comporta en correspondencia con el nuestro?
Los migrantes que ahora atraviesan nuestro país no anhelan quedarse en México, somos simplemente destino de paso hacia Estados Unidos, su objetivo final es aquel país, son víctimas, al igual que muchos mexicanos, de la pobreza y la inseguridad de su propio país.
México no puede convertirse en el verdugo o violentarle los derechos humanos a toda una población que solo busca reunirse con sus familiares en el vecino país del norte. Finalmente, el derecho a la familia es un derecho humano, al igual que el desarrollo, la seguridad y la vida digna y decorosa.
Si bien es cierto, cada país tiene derecho a imponer sus propias normas administrativas para regular la migración y que las personas tenemos derecho a transitar libremente siempre y cuando no violentemos los derechos de los demás ni transgredamos alguna otra norma.
Hay un conflicto de derechos, entre su libertad de tránsito y el derecho de una nación a imponer un límite al ingreso a su territorio, pero si hacemos un análisis sobre la importancia de esos dos derechos, debemos estar obligados a tomar en consideración tanto la motivación de estas personas para salir de su territorio y transitar para pretender llegar a otro y la motivación del país para limitar su ingreso.
México puede tomar medidas menos gravosas y restrictivas para garantizar el libre tránsito de todas estas personas por el territorio nacional, acompañarlas en su trayecto, permitir que la población que así lo desee les lleve alimentos, bebida y ropa, cuidarlos durante su tránsito, pero no limitar su ingreso, porque nuestro país no es su destino final, y aunque lo fuera, existen políticas muy claras en materia de migración en México para el trato de los desplazados, refugiados y asilados que pueden ser implementadas en los momentos de necesidad como el que ahora se presenta.
Muchos dirán que no es momento para recibir a esta gran cantidad de migrantes cuando los mexicanos también se encuentran en momentos de necesidad, pero tampoco es momento de cerrar las puertas a los hermanos centro y sudamericanos, porque la solidaridad y la hermandad es un sentimiento que no debemos nunca de perder.
La migración centro y sudamericana puede ser un problema para México y para Estados Unidos, pero no podemos olvidar, al menos no en Zacatecas, que nuestro país, nuestro Estado, también es un país y una entidad de migrantes, y como tratamos a los centro y sudamericanos pueden tratar a nuestros hermanos mexicanos.

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