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Día de muertos.
Por: Jenny González Arenas
En un país de tradiciones, en donde la vida y la muerte conviven de manera cotidiana en estas fechas, en donde la tradición se vuelve arte y el arte enriquece e inmortaliza nuestras tradiciones, en un país como el nuestro, en donde la realidad y la fantasía se unen, el festejo de Día de muertos obliga a cuestionar a nuestras autoridades que esta haciendo para evitar que tantos niños, tantos jóvenes, tantos hombres y mujeres pierdan la vida en esta ola de inseguridad, de desconfianza, de descomposición social.
Ante las tradiciones y una realidad que nos golpea la cara, fechas cómo estás entristecen a muchas familias que han perdido a alguien a causa de este deterioro constante de la Paz pública.
Mucho se puede decir de lo importante que son las tradiciones, inclusive podríamos hablar del derecho humano a la cultura y la Importancia de preservar nuestras tradiciones, pero hablar de Día de muertos nos lleva a pensar en la cantidad de altares que se construyen en los diferentes hogares, comercios, instituciones y demás espacios públicos en donde se recuerda a personas que han perdido la vida a causa de esta violencia generalizada que inunda las calles de cada rincón del país.
Sin ánimo de aguar la fiesta, no podemos robar la ilusión a los niños de un día en el que por un momento pueden salir a la calle disfrazados y tocar casa por casa pidiendo dulces, es una tradición que no podemos dejar que desaparezca, pero tampoco podemos ocultar el echo de que muchos padres ya no dejan salir a sus hijos a las calles por miedo a lo que puedan encontrar, ya no todas las familias confían en esta tierna tradición; es cuando la ordinario agota lo extraordinario, es cuando la inseguridad se vuelve costumbre y las tradiciones quedan relegadas por la falta de una estrategia clara para abordar el problema de la delincuencia.
Las escuelas -algunas- hacen lo propio para preservar tradiciones al interior del centro educativo, otras han importado tradiciones y otras tantas simple y sencillamente han dejado morir esa tradición porque la cultura pasa a un segundo plano. Siempre quedan cosas por hacer para rescatar las tradiciones. Pero sería mágico que esta tradición pudiera ejercerse sin miedo, que los niños no tuvieran miedo de salir a la calle o de tocar en alguna casa por temor a quien les puede abrir o el riesgo que ello representa. Que bello sería recordar a nuestro muertos con cariño porque sabemos que cumplieron su misión en este mundo y la madre naturaleza hizo que su ciclo de vida concluyera; tristemente seguiremos levantando altares para jóvenes asesinados, niños y niñas que son daño colateral en algún enfrentamiento, mujeres y hombres que han sido víctimas de la violencia y la delincuencia, agentes de cuerpos de seguridad que mueren en el cumplimiento del deber, un deber que es cada día más peligroso.
Este día de muertos tenemos mucho que recordar y más que exigirle al gobierno en materia de seguridad, porque para preservar nuestras tradiciones es necesario que podamos vivir en paz, sin miedo, conscientes de que la vida tarde o temprano llegará, pero sin temor a que la vida nos sea arrebatada por la incapacidad del estado de garantizar nuestra seguridad.