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Día de Muertos: Una fiesta con explosión de los sentidos

Martha Chapa
Se acerca ya el Día de Muertos, una legendaria festividad de México, que se vincula a nuestra identidad cultural, además de ser reconocida ya en casi todo el mundo.
Evocaré hoy entonces, costumbres y tradiciones propias, en especial las gastronómicas.
Se trata de fiestas sincréticas, (pagano - religiosa), en la que se honra a los difuntos que “regresan del más allá a comer y convivir con los vivos”. Creencias remotas, que viene desde los tiempos prehispánicos, y otras muchas otras, que derivan de liturgia.
Como sabemos se celebran los días primero y dos de noviembre; en donde el primer día es dedicado a los niños y el segundo a los adultos, e incluso hay quienes festejan desde el día 31 de octubre que se supone, es la noche en que llegan las almas a los hogares donde vivieron.
En estos días, lo más común son los altares y ofrendas donde se ponen los alimentos y bebidas favoritos de las ánimas a las que están dedicados. Ahí, se coloca la comida y no se toca hasta el día siguiente o hasta la hora que se piense que los muertos ya han comido. La instalación de la ofrenda puede llevarse días, dependiendo del tamaño y del grado de dificultad que se propongan. En todo caso, un altar, puede ser desde una mesa hasta verdaderos escenarios con platones llenos de toda clase de alimentos regionales, frutas, atole y hasta bebidas con alcohol además de flores, velas, agua, e imágenes de los difuntos a los que se les dedica la ofrenda. Y también dependiendo de la región de México de que se trate y de los gustos a quien se honra.
El color es fundamental y predominan los alimentos de tono amarillo-naranja, como son las mandarinas, tejocotes, naranjas o mazorcas de maíz, ya que también se tiene la creencia de que éstos, por su color intenso, junto a la luz de las velas o veladoras, guían a las almas en su camino de regreso a casa. El agua, por igual sacia su sed, en tanto la sal purifica el alma, así como que la comida calma el apetito.
Podemos decir que nuestras culturas americanas le dan importancia al sabor, el color y el aroma, así como a la vitalidad que implican una reflexión y que en otras culturas puede significar que el buen tiempo llegará para las cosechas otoñales.
Para nosotros, es siempre un tiempo de festividad, recogimiento y no exenta de devoción, música y danzas, pero anteponiendo el respeto a quienes nos han dejado antes de nuestra partida, sin que se advierta miedo, sufrimiento o temor, sino más bien reverencia y alegría.
Celebremos pues a nuestros difuntos queridos, de manera simbólica, fraternal, cálida y esperanzada y por supuesto preparando suculencias gastronómicas en honor de nuestros difuntos: moles, tamales, atoles, antojitos… Yo ya estoy preparando el menú tanto para mi papá como para mi madre, con especial amor.

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