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José de Jesús Reyes Ruiz

ECOS DE NOLA
(New Orleans Luisiana)

Para documentar – por esta sola vez – mi esporádico optimismo… y el de los demás

En conmemoración del 80 aniversario del nacimiento del maestro.

Hace ocho años, salía – en compañía de mi familia -  del gran parque natural de Krugen en Sudáfrica donde habíamos pasado el día desde que amaneció a las 6 de la mañana. Porque según nos informaron la madrugada es la mejor hora para ver a los animales, sobre todo a los felinos – leones, leopardos etc. – y como el parque que tiene una dimensión de aproximadamente el estado de Zacatecas, uno se tarda todo el día en recorrerlo por brechas donde se tiene la mejor oportunidad de encontrarse con la maravillosa fauna de aquellos lugares.

Vale la pena comentar que para poder entrar primero al Parque, tuvimos que pernoctar en el carro a las puertas del mismo, lo que hiso  que por la tarde noche que salimos, el cansancio nos invadiera en forma importante y teníamos por delante que manejar por algunas horas para llegar a la ciudad más cercana donde nos hospedaríamos.

Recuerdo bien - y comparto estos recuerdos con mis lectores - que mi hija, en sus redes de su celular que ya existían por entonces se enteró de la muerte del más grande periodista – escritor mexicano Carlos Monsiváis. Noticia que no esperábamos – por que para entonces tenía solo 72 años de edad - pensábamos que viviría muchos más alegrándonos la vida con sus comentarios siempre críticos ante el estado de las cosas en este México nuestro que poco ha cambiado después de  esos tiempos.

Es  importante comentar que para entonces esta columna tenía ya algunos años de salir a la luz,  y siempre quiso ser un humilde homenaje a la gran columna del Maestro Monsiváis intitulada – para documentar mi optimismo – frase que cambiamos con la de – para documentar mi pesimismo… y el de los demás. Recordamos entonces que unos meses antes le habíamos escuchado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara donde habíamos esperando en la línea para que nos firmara uno de sus libros, y al hacerlo le preguntamos que cuando volvería a Zacatecas.

Su respuesta – siempre amable – fue la de ¡cuando me inviten! A lo que agrego, adoro esa ciudad.

La tristeza de esa noche es difícil de describir, dentro de las emociones que habíamos vivido al ver a los animales salvajes en su entorno natural, la de haber sentido el miedo ante una manada de elefantes gigantescos que se alteraron en la cercanía de nuestro vehículo al que podían haber aplastado con una gran facilidad, el sentir que los cachorros de león tan grandes como el carro que traíamos se acercaban intrigados por las banderas de México que cubrían su exterior ante la mirada complaciente del Rey León que dormitaba sin importarle la compañía y la ausencia de las leonas a las que no vimos de cerca.

El duro regaño de alguno de los cuidadores del parque por haberme bajado del vehículo –  había otros turistas fuera  de sus vehículos – frente de un árbol repleto de monos que casi me cuesta el retiro de mi pasaporte, y tantas otras experiencias mas fueron suprimidas como por arte de magia ante la noticia de la muerte del gran Monsiváis.

No está por demás comentar que viajamos a Sudáfrica por el Mundial del 2010, y después de los tres partidos iniciales que nos habían dejado un buen sabor de boca – bueno tal vez uno regular – recorríamos ese maravilloso país de norte a sur antes de la vergonzante derrota contra Argentina – de nueva cuenta en el partido número 4 como 4 años antes en Alemania – y compartíamos – como olvidarlo – un audiolibro de Galeano – claro; las venas abiertas de América latina – pero nos hubiera gustado leer a Monsiváis como una especie de homenaje, no pudimos hacerlo sino hasta nuestro regreso a México.

En estas reflexiones lo recuerdo porque se cumplen, hace apenas una semana, el aniversario 80 de su natalicio, y así quisiera compartir con los demás algo del optimismo que siempre vi y sentí en el fondo de sus cuestionamientos siempre críticos al sistema, su sarcasmo y sentido de la ironía,  y sus maneras de ver el lado bueno de la vida que contrasta con una dura realidad que tampoco podemos – ni debemos – olvidar.

Este año, 2018 se conmemoran otros momentos importantes. Por poner algunos ejemplos; como olvidarnos de que hace 50 fue el año de la ruptura de la juventud de frente al sistema, el 68 y los brotes de rebeldía en todo el mundo. Como olvidar la primavera de Praga donde los entonces jóvenes Checoeslovacos se revelaron al dominio soviético y fueron severamente reprimidos, como olvidarnos del Mayo en Francia, principalmente en Paris donde buscaban – como actualmente en Chile – una reforma en la educación pública universitaria predominantemente de la universidad más importante de aquel país La Sorbona, y perdieron – por supuesto – lográndose solo el desmembramiento de la universidad a diferentes planteles con los candados para que no pudieran unirse a futuro y poner al país de cabeza como entonces. Como olvidar a los jóvenes – muchos de ellos hippies – norteamericanos que protestaban y eran reprimidos por su rechazo a la Guerra de Vietnam que termino perdiendo los Estados Unidos.

Y claro está, como olvidarnos de Tlatelolco donde los jóvenes estudiantes, principalmente de la UNAM y del Politécnico se manifestaron durante prácticamente todo ese año en la búsqueda de disminuir la violencia de las autoridades en contra del pueblo y que termino con la masacre del 2 de octubre y una semana después el inicio de los Juegos Olímpicos como si nada hubiera pasado.

Hace 200 años un 5 de mayo de 1818 nace en Prusia Karl Marx – si el día en que conmemoramos la batalla de Puebla -  una de las 3 personalidades más importantes del siglo XIX, y si me apuran de la historia moderna de la humanidad, quien junto con Freud y con Darwin conformaron y cimentaron en ese siglo el pensamiento moderno en las áreas de la economía, la psicología y la biología humana, después de ellos todo fue diferente.

Pero el día de hoy quisiéramos honrar a una familia, Los Mikaelson, que hace 300 años se instalaron en el delta del Misisipi para fundar entre el Lago de Ponchatrain, y el Golfo de México una ciudad que a 3 siglos de distancia sigue siendo uno de los lugares más agradables del mundo.

La Nouvelle-Orleans (Nueva Orleans – New Orleans) que formaba parte de la Luisiana Francesa durante el primer cuarto del siglo XVIII, pero que posteriormente fue entregada por Francia a sus aliados españoles pocos años más tarde y que durante la mayor parte del siglo XVIII fue básicamente parte del Imperio Español y tomo parte de las guerras que el eje España Francia tenia contra el Imperio Británico, y en una de esas batallas Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana Española  con una flota traída de la Habana derroto a los Ingleses en el Golfo de México, permitiendo la soberanía de la península de La Florida, entonces parte también del Imperio Español, pero no por mucho tiempo.

Esta historia que es mucho más compleja de lo que contamos en algunas líneas termino a fines del siglo XVIII con el regreso de Nueva Orleans a Francia solo para que este país la entregara – a través de un proceso de compraventa -  a la nación emergente de los  Estados Unidos - con el enojo de sus habitantes que nunca fueron totalmente españoles sino predominantemente franceses – quienes ya unos años antes habían adquirido los derechos para el uso del puerto que dominaba el Golfo de México y competía entonces con el otro gran puerto, el de Veracruz.

Que es lo que hace a este lugar una ciudad diferente al resto de las ciudades norteamericanas. Tendríamos que pensar en dos cosas fundamentalmente, la primera, los dos grandes incendios en 1788 y 1794 que obligaron a las autoridades españolas a prohibir la construcción en madera, y a utilizar obligatoriamente el adobe o en el mejor de los casos el ladrillo que conjuntamente con la influencia francesa de la forja en hierro le dio al lugar una característica totalmente diferente al resto de la nueva nación de las estrellas que crecía y se abría paso gracias a sus enormes capitales y a sus ejércitos invencibles.

La otra se dio durante el siglo siguiente, en el siglo XIX donde Nueva Orleans se convierte en el punto principal para el desembarco de esclavos traídos desde el oeste de África y que eran distribuidos en todo el sureste norteamericano, y  muchos quedaban anclados en este puerto donde se comenzaron a manifestar a través de la música  de la represión de la que eran objeto. De ahí nació el Blues primero y el Jazz después para bendición del mundo entero.

Al ser una de las ciudades más hermosas de Norteamérica, y tener no solo el atractivo arquitectónico sino también el musical, esa ciudad de solo 10 mil habitantes durante el siglo XVIII – la mayoría de origen francés – se convierte en una de las ciudades más importantes del original sur de los Estados Unidos con casi medio millón que se redujeron a la mitad después del Katrina pero que actualmente ya se han recuperado a cerca de 350 mil

Esta Historia continuara…

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