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Elizabeth Mauricio González.
“EN LA VALENTÍN” primera parte

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Dicen, que entre toda la confusión y el terror, se escuchaba un silencio… un silencio cargado de ruido. Trato de viajar a esos momentos, trato de sentir el miedo que se respiraba, trato de pensar en esos habitantes que trataban de caminar de puntitas para no pisar la sangre, para no oler la sangre, para no despertar la furia de la ignorancia disfrazada de falsos tintes de liberación. Trato y en estos tiempos, a veces, no me es tan difícil… Cierro los ojos y mi mente viaja a aquellos días que siguieron al 23 de junio de 1914 y por más que intento no puedo entender que es lo que se celebra, que se festeja cada 23 de junio. Por momentos prefiero  imaginar las calles de mi ciudad días antes, la desigualdad por supuesto ahí estaba y lamentablemente sigue, creo que la desigualdad fue peor y más dolorosa después de ese 23 de junio, y pienso que fue  más dolorosa  porque sumió a toda la ciudad y sus habitantes en un estopor, en una  niebla de atraso y en una bruma de nostalgia. No  pienso entrar en cuestiones filosóficas ni en una polémica histórica, ambas tienen tantas caras y tantos matices que no prefiero tocar ahora, y no por temor a expresar mi pensamiento, sino porque el actor principal que enmarcan estas líneas es otro.
Gracias a mi trabajo, tengo la maravillosa oportunidad de meter las narices (en  realidad sólo tengo una nariz pero siempre había querido usar esta expresión que me parece tan “inglesa”)  donde en otras  circunstancias no podría. Tampoco es tema de este articulín platicarle, y muy  probablemente aburrirlo,  con mis asuntos laborales que si bien a  mí me apasiona, no pretendo pensar que es así para  todo el mundo. El punto al que quiero llegar es mucho más romántico de lo que pensé en algún momento.
Desde  niña me ha llamado mucho  la atención lo que sucede, y sucedía, detrás de las paredes de los edificios, sobre todo aquellos antiguos, las casas del centro de la ciudad, los grandes edificios con sus impenetrables y altas puertas de madera, los conventos, los que están aún de pie y de los que sólo queda un recuerdo, no  excluyo las plazas ni los jardines, sobre todo  aquellos rodeados por una atmósfera vieja y tranquila y  mi curiosidad iba más allá, no sé si usted recuerde esas pequeñas casas de madera a la orilla de las vías del tren, muy  cerca de la estación del tren, donde vivían las familias de ferrocarrileros. Cuando  yo era muy niña dos eran las rutas obligadas cuando  mi padre me llevaba a dar una vuela: 1. Pasar por las casitas multicolores, muy  al estilo del barrio de La Boca, de los ferrocarrileros, justo al atardecer cuando el Sol iluminaba las coloridas casitas y sus  luces estaban recién encendidas. 2. La niña pedía pasar por “el templo que se cayó”, es decir el Templo de San Francisco cuando la calle topaba justo enfrente de él y el ex convento estaba sumido en el abandono y el lodo, salvo partes que eran talleres de canteros y… esa es otra historia. Por mi mente pasaban muchas historias y hasta  oía voces, esa costumbre me sigue hasta hoy en día, he comenzado a pensar que en alguna de mis vidas pasadas viví una vecindad y era una de las comadres más chismosas del barrio.
Pues bien, después de este gran rodeo llego justo a donde quería llegar. Siempre había aquerido entrar a la Escuela Primaria Valentín Gómez Farías, desde niña me llamaba la atención ese edificio en pleno centro  de la ciudad justo enfrente del Templo Expiatorio  del Sagrado Corazón. Ese edificio que abre sus puertas en la mañana y solo las vuelve a abrir hasta el mediodía. Esa escuela pública solo  para niñas. Esa escuela que continúa en un edificio en el centro histórico de nuestra ciudad. Son muchas pistas para darse cuenta de que esta escuela tiene mucho de particular.
En esta primera parte no hablaré  del estilo arquitectónico del edificio ni de su participación dentro del marco histórico de nuestra ciudad, es más, únicamente les daré una platiquita brevísima,  a estas alturas del artículo  casi  se me termina la hoja. Les contaré sobre mi sensación desde el momento que me abrieron las puertas de la escuela. Mi espíritu, mi pensamiento, mi ser entero, viajó al pasado, viajó muchos años  atrás, viajó a un Zacatecas del que conocí  muy  poco. Viajé a un tiempo donde lo ahora extraño, era lo común.
Al  momento de entrar a cada salón, reinaba un silencio y  un  respeto  que sólo se rompía cuando las encantadoras niñas arrastraban su silla y decían: “¡Buenos días señorita directora!”.
Fin de la primera parte ansiosa por continuar descubriendo “La Valentín”.