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Divagaciones de la Manzana

Hollywood-Paris, de ida y vuelta

Martha Chapa
A estas alturas de la oleada de denuncias públicas contra el acoso sexual, sobre todo en Estados Unidos –pero no sólo ahí–, podemos referirnos ya a una verdadera reacción en cadena que empezó con una valiente denuncia en el medio cinematográfico. Concretamente en Hollywood, y de manera específica contra el productor Harvey Weinstein.
A partir de ahí se fueron engarzando eslabón tras eslabón de acusaciones contra afamados productores y directores de cine por parte de actrices de reconocimiento internacional. De ahí el tema pasó a otros campos de actividad, como el musical y el político, y abarcó también el acoso contra los hombres por parte de otros varones en posición de poder.
Se fue conformando, así, un escándalo mayúsculo que ha cruzado el mundo y constituye ya una iniciativa reivindicadora y hasta justiciera en favor de las mujeres a través del movimiento #MeToo.
En realidad, todo consistió en sacar a la luz agravios que bien sabemos se cometen a diario en los más diversos ámbitos de nuestra vida social, ya se trate de jefes que abusan de su posición en los infiernos oficinescos o de agresores en la vía pública, como si viviéramos bajo la ley de la selva. Sin dejar fuera la situación en que vive un buen número de mujeres entre las cuatro paredes de su propia casa: en sus llamados hogares, que en realidad llegan a ser espacios de violencia intrafamiliar en todas sus horrendas modalidades.
A partir de #MeToo se fueron desarrollando otros movimientos contra las agresiones sexuales. Destaca, también en Hollywood, el movimiento #TimesUp para hacer visible el acoso sexual en el trabajo, iniciativa que ha sido apoyada por cientos de actrices y que en la reciente entrega de los afamados Globos de Oro a lo mejor de la industria cinematográfica dio lugar a que un gran número de celebridades vistieran de negro como símbolo de solidaridad con las víctimas de acoso sexual.
Ante este repentino ascenso de la denuncia contra la violencia sexual vendría una reacción desde Francia, con un documento firmado por cien destacadas mujeres de ese país, entre ellas la actriz Catherine Deneuve, que si bien condenaron cualquier acto de hostigamiento contra las mujeres, también manifestaron su preocupación de que las denuncias a través de las redes sociales conduzcan a situaciones extremas y se conviertan en una ofensiva contra los hombres en general. Y, más aún, expresaron su temor de que con estos movimientos reivindicadores se cobije un indeseable puritanismo que iría en contra de la libertad sexual conseguida con grandes esfuerzos desde años atrás.
“La violación es un crimen, pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería es una agresión machista”, fue una de sus opiniones más difundidas en todo el mundo.
“Desde el caso Weinstein se ha producido una toma de conciencia sobre la violencia sexual ejercida contra las mujeres, especialmente en el marco profesional, donde ciertos hombres abusan de su poder. Eso era necesario”, dijeron contundentes. Pero acotaron: “Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y a la sexualidad”.
Después del manifiesto de las francesas no tardaron en elevarse las voces de feministas dentro y fuera de ese país europeo que consideraron que el documento había sido poco solidario e inoportuno.
El debate se abrió y de ahí hasta nuestros días se han sumado otras muchas voces de distintos ámbitos y puntos geográficos, sobre todo en cuanto a la necesidad de precisar los límites entre lo que representa un abuso –o peor aún, un delito– y lo que debe considerarse un coqueteo o un cortejo.
Por el momento, los dimes y diretes en torno a este tema ocupan el escenario público y las réplicas abundan.
Catherine Deneuve ofreció disculpas a las víctimas de agresiones sexuales que se hubieran sentido agraviadas –a ellas y sólo a ellas, aclaró–. No obstante, reiteró su crítica al “clima de censura” que se ha llegado a crear en torno a las denuncias públicas de abusos en los últimos tiempos.
Así, entre reacciones y contrarreacciones hemos de seguir el debate –y participar en él– con suma atención, tolerancia y espíritu constructivo, sin miramientos frente a quien quiera sobajarnos o agredirnos.
Estamos ante una discusión que de seguro irá a más en forma y fondo, y a la que nos sumaremos en aras de que se afiancen nuestros derechos, la equidad de género, las libertades y un marco jurídico bien afinado que no dé margen a exclusiones, abusos y violencia contra nosotras.

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