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INEGI VERSUS CONEVAL

Ricardo Monreal Ávila

Un ejemplo de por qué las políticas oficiales para combatir la pobreza no han funcionado en el país, lo tenemos en el conflicto suscitado entre el CONEVAL (instancia responsable de medir la pobreza) y el INEGI (institución responsable de los censos, las estadísticas y las métricas de nuestro realidad económica, social, cultural y demográfica).

Sucede que el INEGI consideró que los integrantes de los hogares más pobres del país ocultaban o subestimaban sus ingresos verdaderos cuando se les preguntaba por ellos. Por ejemplo, no sabían cuanto ganaban sus parejas e hijos en edad de trabajar.

La experiencia internacional indica que los integrantes de clases altas son los que tienden a realizar esta práctica por cuestiones de interés fiscal, seguridad y social, ya que son objeto de escrutinio y observación pública. En cambio, los más pobres difícilmente tienen motivaciones de esa índole para hacerlo. Por ello, la explicación del cambio de metodología ofrecida por el INEGI no convenció a nadie y sí despertó sospechas fundadas al dar a conocer las nuevas cifras sobre la pobreza en el país, lo que de inmediato criticó y denunció el CONEVAL.

El combate a la pobreza en México, a través de políticas sociales oficiales, tiene por lo menos cuatro décadas. Inició en la época de Luis Echeverría con la creación de Instituto Nacional Indigenista y el programa IMSS-COPLAMAR. Prosiguió con José López Portillo y sus programas sociales derivados de la “abundancia petrolera”. Continúo y se amplió con Miguel de la Madrid, a través de subsidios directos a la agricultura y a los más pobres de las ciudades. Se potenció con el programa Solidaridad de Carlos Salinas. Se transformó en una política transversal y sectorial con Ernesto Zedillo y su programa Progresa. Vicente Fox y Felipe Calderón le llamaron Oportunidades, mientras que Enrique Peña Nieto le llamó ahora Prospera.

Es decir, por nombres la política social no queda mal pero, en cambio, por resultados tiene muchas deficiencias. Lo lamentable del tema es que a lo largo de estos cuarenta años se han invertido casi 53 mil millones de pesos y la pobreza simplemente no disminuye o hasta se incrementa en períodos de crisis económicas.

El problema es que el porcentaje de la población en algún tipo de pobreza en el país (desde alimentaria hasta patrimonial) siempre se mueve entre un 45 y 53% de la población nacional. Esto revela que la pobreza es una situación endémica o estructural de nuestra economía, reflejo a su vez de la ancestral desigualdad que padece nuestra sociedad.

Por ello, desde que existen programas sociales la gran disputa es como medir el avance o retroceso de la pobreza en el país. Obviamente, esto genera una presión política sobre los gobiernos en turno, porque todos ellos buscan reportar que sus programas son exitosos y que están avanzando en la solución del problema, y con frecuencia incurren en la manipulación y el manoseo de las cifras. Algo que debería ser un problema técnico, se transforma en una disputa política.

Lo novedoso del conflicto entre INEGI y CONEVAL (que se acaba de resolver posponiendo la medición de la pobreza en 2015, mientras los integrantes de ambas instituciones se ponen de acuerdo en la metodología) es que por vez primera surge y se ventila desde el seno del gobierno federal. Tal como afloró el problema y de cara a las insuficientes explicaciones del INEGI, el CONEVAL le ha puesto el cascabel al gato de las ineficientes políticas públicas, porque en lugar de disminuir la pobreza, la acrecientan.

Por ello, la disputa entre el Inegi y el Coneval por la medición de la pobreza ha evidenciado el lado miserable de las políticas sociales para enfrentar este problema.

La primera institución decidió cambiar de manera unilateral y sin previo aviso la metodología para medir el ingreso en los hogares del país, y ello dio por resultado conclusiones incongruentes y poco transparentes sobre la situación de las familias más pobres en el país.

Por ejemplo, con la nueva metodología, el Inegi concluyó que el año pasado el ingreso de los hogares más pobres se incrementó un 33.6%, mientras que el ingreso corriente de los hogares a nivel nacional fue de 11.9%, ya descontada la inflación.

De acuerdo con el presidente del Inegi, los pobres en México tienden a ocultar sus ingresos reales (por ejemplo, no saben cuánto ganan sus parejas) y ello repercute en una subestimación del ingreso en estos hogares.

(No preciso el Inegi las causas de este fenómeno de ocultamiento, pero seguramente se debe a un temor fundado a que el SAT les cobre impuestos o a que los delincuentes de la colonia los secuestren o extorsionen).

El cambio de método por lo pronto no permitirá hacer comparaciones con las mediciones que se vienen realizando desde 2008, por lo que no se podrán evaluar las políticas sociales actuales con las anteriores.

Por obra y gracia del nuevo método, los hogares más pobres del país amanecieron con la noticia de que sus ingresos aumentaron una tercera parte, sin que ellos mismos lo notaran. Son 33 por ciento menos pobres que en los años anteriores.

Este mejora estadística, inesperada y súbita no se registra por supuesto en la realidad. El mismo Inegi y otras instituciones públicas y privadas que miden el pulso económico y social del país han venido reportando puntualmente el virtual estancamiento del mercado interno, las recaídas de confianza de los consumidores, la pérdida sostenida del ingreso familiar, los recortes al gasto público social, el crecimiento del desempleo, la devaluación del peso en 42% en los últimos años, el incremento de los índices de desigualdad social y el aumento de la población en situación de calle que se ha registrado en las principales ciudades del país, entre otros muchos indicadores que nos hablan del crecimiento de la pobreza, no de su disminución.

El Inegi, que en otros muchos aspectos es una institución seria y respetable, en el caso de la medición de la pobreza ha mostrado una gran miseria de miras, de objetivos y de métodos, a grado tal que podríamos hablar de Inegilandia, o el país donde la pobreza se combate con un menú de estadísticas y mediciones a modo.

En Inegilandia la pobreza no se crea ni se destruye, solo se transforma estadísticamente. La pobreza no es un problema social ni económico ni político, sino de medición cuantitativa. La filosofía política de esta visión “científica” es muy sencilla: si no puedes con la pobreza, cambia de método y verás que grandes avances vas a tener.

Esta disputa entre el Inegi y el Coneval por la medición de la pobreza revela la miseria de nuestras políticas sociales para combatir uno de los principales problemas del país. Si las instituciones no son capaces de ponerse de acuerdo para medir la pobreza, mucho menos lo serán para combatirla a fondo.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter: @ricardomonreala

 

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