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Cultura para inconformes…

David Eduardo Rivera Salinas

 

Sobre la aventura de leer, la necesidad de hablar y

el riego de escribir…

 

En sus célebres Ensayos, publicados en Londres en 1597, el Filósofo humanista inglés Francis Bacon, relataba una especial trilogía que en cierto modo y a su parecer, se constituía en una aspiración fundamental para los hombres de su época.

 

Afirmaba que leer hace al hombre completo; hablar lo hace inmediato y escribir, lo hace preciso.

 

Se trata de tres verbos que aún en nuestros días se conjugan con variada intensidad y, desde luego, con diversas intencionalidades.

 

Si en una persona el hablar no falta, y muy al contrario, no cesa y se expande, puede llegar con facilidad a la charlatanería; si además, el escribir se realiza en forma reducida y esquemática, sujeta sólo a ridículas reglas academicistas en los teclados de las computadoras o en las pantallas de las tabletas y de los teléfonos móviles, entonces sus efectos sobre el leer se manifiestan claramente, debilitándolo.

 

Esto, lamentablemente, resulta frecuente en muchos espacios públicos, desde las frágiles pero dramáticas tribunas políticas –mediatizadas al extremo- hasta las conversaciones en pequeñas reuniones familiares y de amigos, pasando por los amplios jardines académicos. En todos ellos, el gozo de leer, la apuesta de escribir y el riesgo de pensar –parafraseando a Savater- parecen estar ausentes casi del todo.

 

Por otro lado, a través de su mordaz ironía, Oscar Wilde decía que le gustaba hablar de nada pues era el único tema del que lo sabía todo. Sus palabras nos permiten reconocer las grandes dotes de muchos personajes –la mayoría inmersos en lo público y en lo político-, que sin embargo están hechas de nada, de banalidad, de obviedades, de superficialidad y, no raras veces, de vulgaridad. No hay que olvidar que los estúpidos impresionan cuando menos por el número; pero cualquier salpicadura de estupidez puede perforar las mentes y las almas.

Abundan los ejemplos de ello, desde los grandes discursos en ceremonias oficiales que no dicen nada pero que lo afirman todo con gran autoridad, hasta los multipublicitados pero estruendosos programas de televisión que a través de miles de seguidores, nos hacen sospechar que abunda el tipo de gente que Wilde ridiculizaba tan despiadadamente.

 

Existe sin embargo, la posibilidad de exaltar las virtudes que encierra en sí misma ésta especie de trilogía del hombre integral, que se expresa y se adquiere fundamentalmente a través de la lectura. A propósito de ello, Giorgio Manganelli, célebre escritor italiano, nos recuerda que un buen lector es aquel que sabe ante todo qué libros no hay que leer; es decir, leer resulta necesario para seleccionar bien lo que se anhela leer. Leer es conocer, conocer el mundo para transformarlo; así, la lectura se convierte en la estructura principal del conocimiento.

 

También es posible exaltar las virtudes de la escritura, aunque no es cosa fácil, sobre todo porque ahora el acto de escribir es acosado por blogs, tuits y demás linduras propiciadas por Internet y las redes sociales. Escribir es, ante todo, un acto de libertad y un ejercicio político, pues siempre se escribe para que otros lean o escuchen, pues al escribir y compartir lo que se escribe y lo que se habla o se dice, es posible acelerar partículas imaginativas y racionales capaces de hacernos viajar con el pensamiento y construir mundos nuevos, siempre esperanzadores pues la escritura –como todo lenguaje- nos humaniza plenamente.

 

Finalmente, leer, hablar y escribir suelen ser extraordinarios compañeros de viaje, de mesa, de sala o en la escuela, el trabajo y la calle.

 

Sólo no habrá que olvidar lo que el escritor francés Paul Valéry ya señalaba, que se habla a gusto de lo que se ignora, que equivale a decir que muchas personas hablan y escriben muy bien de lo que desconocen.

 

O bien, esto otro que el moralista romano Publio Siro escribió hace dos milenios: me he arrepentido a menudo de haber hablado pero nunca de haber callado, porque la palabra es el espejo del alma: de tal hombre, tal palabra.

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