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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

De la decepción y otros males de nuestros tiempos…

La vida es un péndulo que oscila
entre el sufrimiento y el tedio.
Arthur Schopenhauer

Hubo un tiempo no muy lejano en que el pesimismo finisecular se expresaba de ésa manera, mirando tal vez con languidez una época en que el progreso había matado el sueño, en que la democracia burguesa había socavado la revuelta, en que los jóvenes ávidos de aventuras llegaban demasiado tarde a un mundo demasiado viejo. No era otra cosa, en realidad ya estaba en marcha la decepción para quien se contentaba con tomarse un vaso de cerveza en vez de hacer un viaje de verdad a un lugar lejano del mundo, de su mundo.

El Sociólogo Francés, Gilles Lipovetsky escribió en su magnífico libro La era del vacío, que la decepción es en todo momento ese no-ser-del-todo, esa insatisfacción existencial que arraiga allí donde hay algo humano. Sin  embargo, afirma además que la decepción de nuestros días se ha radicalizado y multiplicado a un nivel desconocido en la historia de Occidente. ¿Por qué? ¿Somos quizá más metafísicos y más propensos al hastío que nuestros predecesores?, se pregunta.

Seguramente no, más bien es que no vivimos íntegramente en el mismo mundo. La moda, el hedonismo, la frivolidad, el nomadismo tecnológico y afectivo, el individualismo explorador, sostenidos y exaltados por el consumo, nos responsabilizan de nuestra felicidad de manera creciente y al mismo tiempo nos someten a unas exigencias algo dictatoriales que saben vendernos. Cuanto más dominamos nuestro destino individual, más posibilidades tenemos de inventar nuestra vida, más accesible nos parece la armonía y más insoportable y frustrante nos parece su terca negativa a presentarse.

Esto es el imperio de la decepción: esta libertad, vigente en todas las esferas de la vida humana, con fondo de rigor liberal pero con su capacidad realizadora por los suelos.
De ahí la fatiga de ser uno mismo, la violencia, las depresiones, las adicciones de toda índole, de donde surge básicamente una tendencia, no tanto al cinismo cuanto a una forma de desinterés e indiferencia endurecida y sombría que nos ha convertido en los niños consentidos y mimados de la sociedad de la abundancia.

Pero lo que hoy nos decepciona, no son necesariamente los bienes materiales. No, nos decepcionan mucho más los servicios públicos –como la educación o la salud-, los productos culturales -siempre nos decepciona tal o cual película, tal o cual libro-, y claro, los misterios insondables del amor, de la sexualidad, o la intensidad vibratoria de nuestras existencias, a menudo obstaculizada por nuestros maniqueísmos o nuestros temores.

Lo que toca lo más inmaterial, lo más específicamente humano, eso es lo que nos hace derramar lágrimas. ¿Y cómo no sentirnos decepcionados, heridos, dolidos con nuestras laboriosas democracias, cuando, pese a tener por código genético los derechos humanos, dejan tantos sufrimientos intactos? Basta con ver resultados electorales, boletas de calificaciones, despidos injustificados, trabajos rechazados, etc.

Mas ahora en que resulta insuficiente interpretar nuestra sociedad como una máquina de disciplina, de control y de condicionamiento generalizado, mientras observamos que tanto la vida privada como la vida pública parecen más libres, más abiertas, más estructurada por las opciones y por los juicios individuales, destacando los procesos de liberación individual, en relación con las imposiciones colectivas, que se concretan en la relativización de las costumbres o en las rupturas de compromisos ideológicos, es decir, de una especie de vida a la carta.

Tal vez por eso resulta ahora necesario construir nuevos esquemas interpretativos, nuevas corrientes de aire fresco, para observar formas diversas de vida social, en relación con la educación, con la cultura, con la economía y, por supuesto, también en la relación con la política.

Porque ahora vivimos una realidad plural, multidimensional, intensamente compleja, donde nuestro universo social nos da derecho a ser a la vez optimistas y pesimistas y donde no existe contradicción en ello, pues todo depende de la esfera de la realidad desde donde se mire y desde donde se hable.
La decepción es pues, una experiencia universal. Como Ser deseante cuya esencia es negar lo que es, el hombre no es lo que es y es lo que no es, como afirmaba Jean-Paul Sartre; por lo tanto, el hombre es un ser que espera y, por lo mismo, acaba conociendo la decepción. Deseo y decepción van juntos, y pocas veces se salva la distancia que hay entre la espera y lo real, entre el principio del placer y el principio de realidad.

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