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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

Ni neoliberalismo ni populismo…

En las últimas semanas del proceso electoral en marcha, los mexicanos hemos sido testigos del despliegue impresionante de noticias falsas –las llamadas fake news-, de campañas negativas y lamentablemente, de ausencias de propuestas serias.

Una de las acusaciones más recurrentes –sobre todo al candidato puntero a la Presidencia de la República- es el de asumir posiciones calificadas de populistas. En contraste, aumentan las críticas al fracaso –así lo definen- de los últimos gobiernos neoliberales.

Sin embargo, no se reflexiona lo suficiente al respecto. Por ello, lo que sigue, representa un intento, una aproximación quizá, por contribuir con algunas ideas al debate ciudadano que se suscita en distintos espacios de comunicación, incluidos los portales informativos y las redes sociales.

Por lo tanto, resulta necesaria una primera afirmación: los límites del neoliberalismo y del populismo no son abstractos y,  ciertamente, no son universales. Vivimos en un mundo profundamente desigual, y como resultado de ello, nuestras opciones varían según nuestra situación social, y las consecuencias de actuar como ciudadanos del mundo, son muy distintas dependiendo del tiempo y del espacio.

Las llamadas clases dominantes en nuestra sociedad –política, económica y socialmente- tienen la opción de ejercer –y de hecho lo hacen- una hostilidad agresiva sobre las clases débiles y dominadas –en términos de discriminación o xenofobia- o bien, de comprender de forma magnánima –es decir, bondadosa-, la diferencia entre unos y otros. En ambos casos, siguen siendo clases  y personas privilegiadas.

En contraparte, los otros –los que no son tan fuertes ni dominantes, pero son la mayoría- sólo superarán las desventajas que padecen –aunque sea parcialmente-, si insisten en los principios de la igualdad colectiva.
Para lograrlo, tienen que estimular la conciencia de grupo, el nacionalismo –llamado en otros partes del mundo como patriotismo-, pero también la afirmación étnica, cultural o incluso religiosa.

Tan es así, que en nuestro país, la voz de los grupos más oprimidos y necesitados está adquiriendo un tono nacionalista mucho más estridente, y  no apela tanto a los valores universales, algunos de ellos desconocidos aún para muchos. Pero la respuesta a ello no es un neoliberalismo satisfecho de sí mismo. La respuesta apropiada quizá consista en apoyar a las fuerzas políticas  que quieren acabar con las desigualdades existentes y contribuyan a crear una sociedad más democrática e igualitaria, y menos lastimada por la impunidad y la corrupción.

Además, la postura de frente al futuro, que equivale a la del ciudadano del mundo, es profundamente ambigua en un país como el nuestro. Tanto puede servir para mantener los privilegios como para debilitarlos.

México necesita una actitud bastante más compleja y la conciencia y la inteligencia suficientes como para que, a medida que las circunstancias políticas lo permitan –al final de este proceso electoral-, las políticas públicas de los años por venir puedan acercarse o alejarse de la posición que defiende los derechos de las mayorías desprotegidas.

Pero lo que sin duda se necesita –sobre todo desde el punto de vista de la educación-, no es aprender que somos ciudadanos del mundo, sino que ocupamos un espacio particular en un mundo desigual, y que ser indiferente y global –es decir, neoliberal - por una parte, y defender los derechos e intereses colectivos –es decir, nacionalista o patriota, e incluso populista-, no son posturas opuestas, sino posiciones que se combinan de formas muy complicadas. Ni neoliberales ni populistas.

Tal vez algunas combinaciones son deseables, otras no. Algunas son deseables aquí, pero no allá; ahora pero no después.

Como sea, cuando los mexicanos hayamos aprendido esto, tal vez podamos empezar a hacer frente –intelectualmente hablando- a nuestras nuevas realidades sociales, bastante más complejas y cambiantes, que lo que suponen de manera simple, la mayoría de los candidatos, sus equipos de campaña y, sobre todo, los partidos políticos a los que pertenecen.

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