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La Paradoja Neoliberal en Estados Unidos

Sabino Luevano

Alguna vez escuché a Héctor Aguilar Camín decir en alguna entrevista de televisión que la gran paradoja de Estados Unidos es que es imperio y una democracia al mismo tiempo. En realidad, esta frase es de dominio público. En su sencillez es acertada: de puertas hacia adentro, Estados Unidos funciona, más o menos, apegado a ley. De puertas hacia afuera, en cambio, no respeta leyes propias ni internacionales y, en muchas ocasiones, basa su actuación en la forma más burda -y tal vez más antigua- de política: la fuerza bruta.
A raíz del triunfo de Trump, sin embargo, creo que la gran paradoja ya no tiene que ver tanto con la política nacional e internacional, sino con la razón neoliberal. Me explico. Como ya sabemos, en los años ochenta inicia una revolución conservadora liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. La idea básica del neoliberalismo es que reducir el Estado al mínimo alienta la creatividad individual (entiéndase, empresarial). Aunque ya está en desuso la palabra ideología, el neoliberalismo es un claro ejemplo de ello; es un pensamiento que se basa en premisas y metas sociales bastante burdas. Y lo más burdo es que se ha universalizado y aplicado a los contextos más diversos como el mexicano o el centroamericano. El resultado, después de 37 años de neoliberalismo, ha sido el ensanchamiento de las desigualdades sociales y la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y bajas. En Estados Unidos, por primera vez en su historia, ha bajado el promedio de vida.
Con el triunfo de Trump ganó el ala más derechista del neoliberalismo, esa que combina la perversión intelectual, el fanatismo religioso (o la hipocresía como programa político) y el racismo de la fuerza bruta con el fundamentalismo de mercado. Por primera vez en la historia de Estados Unidos, se eligen a las personas más incapaces al frente de instituciones públicas, como a Rick Perry en el departamento de energía o a Betsy DeVos como secretaria de educación. Es decir: la estrategia es que estos personajes socaven las instituciones públicas. Ahora bien: el neoliberalismo quiere un Estado reducido al mínimo para poder hacer ganancias sin importar el costo humano o ambiental, y para ello necesita las pistolas. Ahí termina el anti-estatismo del neoliberalismo: socavar todas las instituciones públicas salvo las que usan rifles; inmigración, el ejército, las policías etc. La gran paradoja resulta, entonces, del choque entre la tradición estatista de Estados Unidos, que finalmente fue y es uno de los prototipos de Estado moderno, y el tremendo poder, el gigantismo desmedido de sus empresas anti-Estado.
Este conflicto no es nuevo, pero la reciente reforma fiscal nos habla de que hemos pasado a otra etapa del problema, en donde no se respetan los mínimos límites de operatividad política que deben ser comunes a la izquierda y a la derecha para que funcione el Estado. La reforma fiscal ha sido la más escandalosa en la historia del país, diseñado por CEO´s codiciosos y no por políticos. Si el neoliberalismo postuló, desde sus inicios, limitar el Estado para fomentar la supuesta libertad individual, hoy la pregunta que nos debemos hacer es la siguiente: ¿cuál debería ser el límite del neoliberalismo? O tal vez éstas son más relevantes: ¿hasta dónde piensa llegar el neoliberalismo? ¿No se da cuenta que socavar las instituciones públicas es escarbar, a futuro, su propia tumba?

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