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Cultura para inconformes…
David Eduardo Rivera Salinas

Sobre la ligereza…

Vivimos rodeados de imágenes, en medio de un proceso virtual acelerado que subraya lo erótico, lo sensual, lo hedonista, tal y como lo señala el sociólogo francés Gilles Lipovetsky; las tecnologías simplifican y aligeran nuestras acciones, nuestras vivencias e incluso nuestros principios. Así, lo digital se centra en un presente inmediato, evanescente, sin futuro, donde lo bello se vuelve liso y pulido y se somete al consumo y convierte al consumidor en una persona sin carácter.

Por eso nos parece apropiada la idea que este sociólogo francés tiene sobre una ligereza de múltiples caras, como la relacionada con lo hedonista y lo lúdico, la legitimación de cierta relajación frente a la vida, de la despreocupación, de la ética de la satisfacción y los goces inmediatos, de los placeres físicos, de ausencia de sacrificio, de consumo renovable, donde la mediocridad se abre camino acompañada, en ocasiones, de calidad.

En ése mundo de liviandad, de ligereza, lo digital nos conecta, nos amplía, cambia gustos y opiniones; lo virtual y lo audiovisual progresan en su tarea de mostrar el mundo y sus mundos, y las diversas plataformas digitales –incluida ésta, la radio- son prioritarias en esas funciones; por eso, individuos, marcas, empresas y todo tipo de instituciones luchan por hacerse un hueco en ese prime time permanente que es la Red.

Pero eso sí, con consecuencias como la simultaneidad, la no limitación del espacio y del tiempo, así como el desplazamiento de los intelectuales en favor de los medios como legitimadores sociales, distrayéndonos, creando discursos ágiles y divertidos por los cuales es posible recorrer y atravesar esta red de manera fácil, informal, ligera.

Además, jamás habíamos vivido en un mundo material tan ligero, fluido y móvil; nunca había creado la ligereza tantas expectativas, tantos deseos y obsesiones; y nunca había sonado tan justo en nuestros oídos aquello que hace tiempo escribió Nietzsche: lo bueno es ligero, todo lo divino camina con pies delicados.
Lo ligero, afirma Lipovetsky, nutre cada vez más nuestro mundo material y cultural, ha invadido nuestras prácticas cotidianas y remodelado nuestro imaginario. Si algo antes era admirado únicamente en el dominio del arte, ahora es revalorado e idealizado como imperativo en múltiples esferas de lo social, ya sean objetos, cuerpos, deportes, alimentos, edificios, pero también música, cine, etc.

Así, en el corazón de la hipermodernidad, se reafirma a cada paso este culto poliformo de la ligereza; su campo estaba limitado y era periférico: hoy ya no se ven sus límites, hasta el punto en que se ha introducido en todos los aspecto de nuestra vida social e individual, en las cosas, en los cuerpos, en los sueños, en la existencia misma.

La ligereza no se limita ya a ser una dulce divagación poética o filosófica, al estilo Milan Kundera; describe nuestra cotidianidad tecnológica; small is better: lo pequeño es mejor. Nuestro cosmos técnico se miniaturiza de manera incontenible, se desmaterializa, se aligera. Así, escuchamos toda la música del mundo en aparatos ligeros como el aire; vemos películas en tabletas táctiles que caben en el bolsillo. Microelectrónica, microrobótica, microcirugía, nanotecnología, etc.; lo infinitamente pequeño se impone como nueva frontera de la innovación y el progreso.

La ligereza del mundo ya no se ve tanto en el estilo como en los nuevos materiales, en los medios, en las redes sociales, en la miniaturización llevada al extremo; hemos pasado de la ligereza imaginaria a la ligereza-mundo; es decir, cuando todo en el mundo se presenta ligero, fluido, evanescente.

Todo ello es de suyo, preocupante. Sin embargo, la revolución de lo ligero no sólo ha transformado de arriba abajo el mundo de los objetos de consumo y la vida privada.

También ha conseguido alterar el funcionamiento de la democracia y la vida pública; a tal grado, que tanto la oferta política como las actitudes ciudadanas son ya representativas de la civilización de lo ligero, provocando así el desencanto de lo político y la quiebra de la fe en la mitologías políticas modernas, que dicho sea de paso, ya no son un misterio, todo lo contrario, sólo nos prometen una cosa: es vivir mejor aquí y ahora y no en un futuro lejano.