Cultura para inconformes
David Eduardo Rivera Salinas
Sobre las creencias…
En una de las ediciones de sus Obras Completas, editadas en Madrid, aparece esta extraordinaria cita del gran filósofo español Don José Ortega y Gasset: “Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre el que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cual sea el sistema de nuestras creencias auténticas.”
Sin embargo, la creencia o las creencias no son algo que se tenga, algo que surja así nada más, como una idea o una ocurrencia. Es algo en lo que se está. Es el humus que pisamos, más aún, es el suelo que sostiene al humus y que nos sostiene a nosotros; es lo que damos por sentado, aquel conjunto de implícitos que constituyen nuestro mundo de vida.
Es lo que los filósofos alemanes llaman el hintergrund y los pensadores ingleses el background.
Lo que damos por sentado puede ser racional o no serlo, puede ser científicamente demostrado o simplemente una opinión (doxa) que persiste y que se transmite de generación en generación.
Es caso es que la creencia en la que uno está, vive, crece, ama, sufre y muere, sobre todo muere, como diría Don Miguel de Unamuno, porque es como el aire que se respira y el líquido en el que se desarrolla su existencia.
Nuevamente, Ortega y Gasset afirma que “en las creencias vivimos, nos movemos y somos”; por eso mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en una cosa, no tenemos la “idea” de esa cosa, sino que simplemente “contamos con ella”.
El tener conciencia de nuestras creencias representa un salto cualitativo en la existencia personal. Una cosa es creer algo y otra muy distinta ser consciente de lo que se cree, saber lo que se está creyendo, hacerlo explícito, ubicarlo en el plano de la conciencia.
Las ideas emergen de este fondo de creencias, surgen como novedades y son fruto de una elaboración tanto intelectual como de la imaginación. Pero las ideas no nacen por generación espontánea, no emergen de la nada, brotan de un caldo de cultivo previo, a saber, del sistema de creencias de cada cual.
Las creencias se revelan como una condición ontológica del ser humano; son vivencias ordinarias, no reducibles a otras y de la que resulta difícil establecer un concepto claro. Se podría decir que se trata de evidencias, supuestos, proposiciones, que ni racional ni empíricamente pueden demostrarse a otros de manera que les obligue a aceptarlos, de tal suerte que la aceptación de ellas es un acto de sentimiento no necesario.
Los seres humanos vivimos en función de nuestras creencias. Las creencias son una condición trascendental porque es condición de la misma reflexión con que la analizamos. Creemos y creemos que creemos o creemos que no creemos. Sólo así podemos convertirlas en objeto de nuestra reflexión. Por eso, las creencias no sólo son una opción más o menos voluntaria, son también una necesidad ontológica.
Se podría decir que las personas vivimos arrodilladas o sumisas ante nuestras propias creencias. Todos vivimos así; pero ése vivir arrodillado ante nuestras creencias es la forma más originaria de lo que podríamos llamar humildad existencial: vivimos unidos a nuestras creencias y por eso mismo, no somos nunca plenamente autónomos. Ésas creencias no nos pertenecen en exclusiva, más bien las compartimos y las heredamos. Ellas nos unen a nuestros padres y maestros, a nuestra sociedad y cultura, a nuestro tiempo y lugar.
Esta humildad existencial se añade a nuestra humildad ontológica: "hombre" está relacionado con humus, que significa tierra, y "humilde", con humilis, que significa hijo de la tierra; somos por tanto, "hijos de la tierra".
De estos niveles de humildad o unión nadie está libre; forman parte de nuestra condición humana. Olvidar esas humildades nos hace hipócritas, nos hacen aparentar lo que no somos; nos hace aparentar una autonomía, una autosuficiencia que no tenemos.
Pero ésas humildades o uniones no son motivo de pesimismo; no deben hacemos creer que no somos libres en absoluto. Todo lo contrario. Son las que hacen posible el ejercicio concreto de nuestra libertad. La libertad no se puede ejercer desde cero, sino únicamente a partir de un saber previo; y es en ése saber previo en el que actúan nuestras creencias y gracias a ellas podemos vivir como seres humanos.
Todos creemos en algo, todos somos creyentes, necesariamente creyentes. En este nivel de reflexión no cabe la incredulidad, no cabe no creer en nada, ni mucho menos dar por sentado que alguien no cree en nada porque no quiere creer en nada, pues la misma incredulidad se basaría en creencias.
La creencia es pues, una condición de nuestra finitud en el mundo, de la limitación insuperable de nuestro conocimiento.
Por eso mismo, cabe la pregunta: ¿usted en qué cree?