Psicóloga Maira Gallegos
HERIDA DE ABANDONO
Ciertas imágenes de la infancia se quedan grabadas en el álbum de la mente como fotografías, como escenarios a los que, no importa el tiempo que pase, uno siempre vuelve y recuerda.
Carlos Ruiz Zafón
Ésta herida también comienza en la etapa de la niñez. Se necesitan padres que cuiden, que provean lo necesario para crecer y tener un buen desarrollo físico, mental y emocional. Ser padre o madre es dar todo: alimentar y formar a un ser que será formado y educado dentro de las posibilidades que se puede dar. Algunas veces la paternidad se genera de manera inconsciente, siguiendo un patrón de reproducción como animales, con poca conciencia de lo que conlleva educar a un ser humano. Hay muchas razones que están lejos de sentirse listos para ser padres y haber tomado la decisión de serlo, ya sea por que “es lo que toca”. Ser padre es dar, amar, enseñar y acompañar a un nuevo ser.
Muchas personas experimentan la herida de abandono. Los padres que no proporcionan los alimentos, la protección, la estructura, el afecto, casa y estabilidad, en realidad están abandonando. Al ser abandonado un niño experimenta la sensación de soledad y vacío; hay una ausencia física, emocional y de aprendizajes que genera mucha angustia, miedo y desprotección en el infante.
Hay muchos padres-niños que no generan las condiciones para que el niño se sienta protegido y amado, por lo tanto, no se genera una estructura a los pequeños. Son abandonados cuando no se les brinda tiempo para jugar, la falta de caricias, no mirarlos a los ojos y no saber hablar su lenguaje, cuando no se ponen límites y se permite que hagan lo que quieran, cuando no se les da un sentido de pertenencia y estructura emocional para enfrentar su propia vida. Seguramente todos tenemos padres que hicieron o hacen lo mejor que pueden, con buenas intenciones, pero ignorantes de lo que necesitábamos de niños, lo que genera una sensación de abandono aún en la etapa adulta.
Los adultos que vivieron el abandono en su niñez crecen físicamente pero no emocionalmente; quedan atados a un sentimiento de vacío, soledad y posiciones de víctimas. Siguen siendo niños desprotegidos, a veces incapaces de hacerse cargo de ellos mismos y se puede reflejar en la mirada, proyectando un sentimiento de tristeza y una visión de que son victimas de la vida. Suelen padecer el síndrome del mal querido: sienten que los demás no los quieren. En el fondo siguen interpretando como los niños solitarios donde no se sintieron importantes para los padres.
Es muy común que establezcan relaciones de apego y dependencia, tratan de ser lo que otros esperan de ellos y complacerlos, difícilmente dicen lo que piensan, les cuesta poner límites, cerrar ciclos y hacen todo antes de correr el riesgo de sentirse nuevamente abandonados. Cuando depende profundamente de sus apegos, por ejemplo, alguna persona, les cuesta terminar la relación o despedirse, pues son experiencias bastante dolorosas donde es difícil salir del duelo.
En esta herida existe una necesidad de hacerse uno con el otro: esto lleva a la pérdida de identidad, se adaptan a sus hábitos, gustos y ambientes. Pasa a ser y estar “en relación con el otro” y luego si no funciona no pueden poner punto final y retirarse dignamente, pues ya no saben quiénes son ni cómo vivir su propia vida. Sienten que tienen el derecho de sufrir y sentir que los demás deben ayudar, dar, proteger y demandan para luego enojarse con la vida porque siguen siendo abandonados. Es un circulo adictivo vivido desde la victimización, cargado de drama, sufrimiento, llanto, tristeza y abandono. Inconscientemente siempre buscan sentirse de esa manera para reafirmar ese derecho y necesidad que creen tener. La vida y los otros tienen una deuda con ellos.
En la niñez los límites, la diciplina, los deberes y las obligaciones juegan un papel importante ya que, si no fueron impuestos crean falta de estructura y dificultan el respeto a la autoridad en la adultez, incluso a la propia autoridad.
Hay padres con autoridad muy rígida y otros donde no la hay. La primera siempre será mejor, pues proporciona estructura en el desarrollo y crea una personalidad con capacidad de empezar y terminar, ordenar, tener metas y cumplirlas, permanecer y perseverar. El inconveniente es que procede de padres injustos. La segunda carece de estructura, no se imponen normas ni horarios y permiten hacer lo que sea en relación con los deberes, son padres ausentes y crean niños sin respeto a la autoridad, sin capacidad de sostener metas y diciplina. Crea una sensación de que lo merecen todo. Para ellos todo está resuelto, pero son abandonados. Mantener la autoridad con amor desde el adulto es la combinación adecuada para la educación.
Otra forma de adaptación a la realidad en esta herida puede ser una actitud de autoexigencia, ordenada y disciplinada. Cuando hubo una ausencia de padres o autoridad la decisión del niño es compensar en la etapa adulta lo que no se tuvo, es decir, tener orden y seguridad para tener su propia autoridad. Para ellos el abandono de los padres se vivió como una realidad injusta.
En lo emocional tienen una tendencia a la tristeza, molestia, cólera, celos, irascibles, reaccionan con actitudes fuera de control, berrinches y manipulaciones, debido a la sensación de que la vida no les dio lo que querían. Las creencias predominantes son que todos son responsables menos él, que la vida les debe y generan deudas en las personas a su alrededor para asegurarse que dependan de ellas. Las creencias aprendidas, heredadas de nuestros padres, como la falta de protección, presencia amorosa y cuidados, provocan que percibamos el mundo sin esos nutrientes.
Se enseña a las personas que nos rodean cómo deben de tratarnos, con los límites, la comunicación, la manera en que nos hacemos respetar, pero también en la que nos respetamos a nosotros mismos. Lo que no está en nosotros no tenemos cómo recibirlo. En la adultez todas las elecciones que tomamos construyen nuestra realidad.
Anabel Orihuela menciona que las heridas son también experiencias colectivas que se viven en las culturas. En la sociedad solemos culpar a los gobiernos de lo que no somos. Se requiere salir de esas identificaciones de víctimas y responsabilizarse del adulto que somos, capaces de comprometerse y salir de posiciones infantiles.
Hay hábitos que refuerzan la posición de víctima y la sensación de dolor. Dejar de elegir lo que se ha hecho tantos años es un proceso difícil y lleva tiempo, pero se requiere paciencia y amor propio. Poco a poco se puede desarrollar esa capacidad de respeto, compromiso y afecto propio.
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